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Lope de Aguirre, la cólera de Dios

Retrato de Lope de Aguirre

Retrato de Lope de Aguirre | Fuente

Lope de Aguirre nació a principios del siglo XVI (1) en Oñate (Guipúzcoa) en el seno de una familia de hidalgos. Ambicioso por naturaleza, con poco más de veinte años partió hacia Perú en 1536 persiguiendo la gloria como conquistador. Allí participó sobre todo en las guerras civiles entre españoles. Era una época donde abundaban los levantamientos rebeldes contra los gobernadores y los enfrentamientos por el poder. Un escenario perfecto para Aguirre, que tenía fama de pendenciero, violento e imprevisible, además de insubordinado. Destaca su participación en una serie de batallas históricas, en ocasiones pasando de un bando a otro:

En la Batalla de las Salinas (1538) se enfrentaron los ejércitos de Gonzalo Pizarro y Diego de Almagro por el control de Cuzco. Los hombres de Pizarro (entre los que se encontraba Aguirre) salieron victoriosos y Almagro fue ejecutado.

Apoyando al virrey de Perú, Blasco Núñez Vela, Aguirre participó en diversas batallas entre 1544 y 1546 para implantar las Leyes Nuevas que dictaban la abolición de las encomiendas y suponían la libertad para los indígenas. Los sublevados, partidarios de perpetuar la encomienda, derrotaron a Núñez Vela. Aguirre huyó hacia Nicaragua, ya con el rango de Sargento Mayor.

Regresó del exilio y en 1553 participó en un complot para asesinar a Pedro de Hinojosa, gobernador y capitán general de la provincia de Charcas, que se oponía al levantamiento Sebastián de Castilla en favor de las encomiendas. Aguirre fue condenado a muerte por este crimen, aunque logró escapar de nuevo.

En 1554 Alonso de Alvarado (entonces Capitán General y Juez de Comisión) lo recluta para su ejército, que estaba combatiendo otra sublevación de los encomenderos. Durante la Batalla de Chuquinga Aguirre sufrió varias heridas que le dejarían secuelas: quedó cojo al recibir un disparo en su pie derecho y se quemó las manos al disparar un arcabuz (accidente que al parecer sucedía con frecuencia al utilizar ese arma).

En busca de El Dorado

Tras unos años de inactividad, Lope de Aguirre sería llamado a participar en una última aventura por la que es recordado hoy en día como una figura legendaria, en la que es seguramente la más célebre de todas las expediciones en busca de la ciudad mitológica de El Dorado.

Si algo caracterizó la conquista de América por los europeos, además del choque entre culturas y el debate en torno al trato hacia los nativos, fue la ambición de tantos exploradores y conquistadores, la fiebre del oro. Cristóbal Colón ya cruzó el Atlántico persiguiendo la fantasía de un reino abundante en riquezas. En los siglos posteriores surgieron todo tipo de leyendas sobre regiones imaginarias como El Dorado o las siete ciudades de Cíbola y Quivira (estas leyenda, de origen mucho más antiguo, en siglos anteriores se creía ubicada en la isla mitológica Antilla, y no pocos navíos portugueses cruzaron el mar en su búsqueda, muchos sin regresar). Viendo el interés que estas fábulas despertaban en los conquistadores y lo que éstos estaban dispuestos a hacer por encontrarlas, en ocasiones los indígenas contribuían a darles veracidad, cuando no las inventaban. Este tipo de empresas eran el caldo de cultivo para los aventureros más audaces y con menos escrúpulos, dispuestos a morir en el intento. A la postre, también los mas inconscientes.

En 1559 el virrey de Perú Andrés Hurtado de Mendoza organiza una expedición hacia el corazón del Amazonas en busca de El Dorado en la que se enrola Lope de Aguirre (que ya era conocido como «Aguirre el loco»), acompañado de su hija adolescente, Elvira. Lo más probable es que el objetivo principal de Hurtado de Mendoza al organizar esta partida fuese alejar de Perú a los soldados y mercenarios más problemáticos, empobrecidos y desempleados tras las guerras civiles. El liderazgo de la misión recayó sobre el navarro Pedro de Ursúa, un caballero de quien se dice que era la antítesis de Aguirre: de noble linaje, precedido por una notable reputación como conquistador, había ocupado cargos de responsabilidad en el gobierno de varias regiones.

Retrato de Pedro de Ursúa. Miniatura del siglo XVI

Retrato de Pedro de Ursúa. Miniatura del siglo XVI | Fuente

En 1560, una expedición compuesta por alrededor de 800 personas (de los cuales unos 300 eran españoles y el resto nativos y esclavos negros) se adentra en el río Marañón para dirigirse a la región de Omagua en el Amazonas peruano. La aventura dio signos de fracaso desde el principio: algunas embarcaciones se perdieron en el Amazonas, las provisiones se agotaban, las tribus de la ribera les atacaban… los miembros de la expedición comenzaron a acusar las malas condiciones del viaje y se amotinaron, solicitando regresar a Perú y cuestionando la existencia de El Dorado.

Ursúa ordenó seguir adelante y castigar a los rebeldes: hizo encadenar a un noble español y le obligó a remar junto a los esclavos. Además, mandó ejecutar a cuatro hombres por el asesinato de uno de los capitanes de barco. Muchos de los hombres consideraban que Ursúa no hacía otra cosa que disfrutar de la compañía de su amante, Inés de Atienza, quien le distraía de sus funciones. Los diferentes cronistas que después plasmaron por escrito lo sucedido (entre ellos, varios integrantes de la expedición) suelen coincidir en la influencia negativa que Atienza tenía sobre Ursúa, convirtiéndolo en un líder errático.

Fue entonces cuando Aguirre conspiró para acabar con él junto a un grupo de soldados marañones que le respaldaban (llamados así por el afluente del Amazonas donde comenzó todo). Ursúa no era ajeno a esta posibilidad, ya que antes de salir de Perú un amigo le había advertido por carta que muchas de las personas que formaban parte de la expedición podrían alzarse en su contra. Lo cuenta Pedro Simón en sus Noticias historiales:

De todas estas ocasiones la tomó un Pedro de Linasco, vecino de las Chachapoyas, grande amigo del Pedro de Ursua, y bien experimentado en jornadas y de gran conocimiento de muchos de los que iban en ésta, y de las ocasiones que lo suelen ser de alzamientos, para escribirle una carta en que le avisaba de las sospechas con que todos quedaban en el Perú, de muchos de los soldados que llevaba, que por ser gente facinerosa y bulliciosa le podrían ser de grandes inconvenientes, y aun por ventura causa de su muerte; y en especial se podía sospechar esto de Lorenzo de Salduendo, Lope de Aguirre, Juan Alonso de la Bandera, Cristóbal de Chávez, un don Martin y otros que también nombraba, diciendo que por diez ó doce hombres más ó menos no habia de dejar de proseguir su jornada y así le rogaba los echase de su compañía» (2)

Además, durante el viaje fue avisado de lo que se estaba maquinando a sus espaldas pero el cabecilla no prestó demasiada atención. Tras asesinar a Pedro de Ursúa el primer día de 1561, los sublevados deciden nombrar Gobernador a Fernando de Guzmán, justificando el magnicidio por el bien de la misión en una carta dirigida a Felipe II que firman todos. Después Aguirre incita a los soldados para olvidar el documento y declararse como traidores; ya no sólo buscan El Dorado, también se rebelan contra la corona española y aquellos que representen su autoridad en esa expedición. No todos están conformes, pero ascienden a Guzmán a Príncipe de la libertad de los reinos de Tierra Firme y provincias de Chile y Perú. Guzmán, en realidad, no es más que un gobernador de paja, un títere en manos de Aguirre pues a partir de ese momento es éste quien toma las decisiones. Así, va ejecutando a todo aquel que discute sus acciones, negándole a los condenados el derecho de confesión, algo que para los cristianos suponía la mas cruel de las formas de morir. Su mandato se forja con el terror, todas las regiones por donde pasa la expedición son saqueadas y bañadas de sangre, especialmente la isla Margarita. No hace distinciones, sin importar el cargo que ostenten; ejecuta a nobles, clérigos, soldados, esclavos y lugareños indígenas.

Itinerario seguido por Lope de Aguirre desde Santa Cruz de Capocovar, en Perú, (1560) hasta Barquisimeto en Venezuela (octubre de 1561). Mapa de la obra de Casto Fulgencio López, Lope de Aguirre el peregrino, apellidado el Tirano...

Itinerario seguido por Lope de Aguirre desde Santa Cruz de Capocovar, en Perú, (1560) hasta Barquisimeto en Venezuela (octubre de 1561). Mapa de la obra de Casto Fulgencio López Lope de Aguirre el Peregrino, apellidado el Tirano. Primer caudillo libertario de América. Historia de su vida hazañosa y de su muerte traidora (Caracas, 1947)  | Fuente

Entretanto ejecuta también a Fernando de Guzmán, que pretendía menoscabar su autoridad, y toma personalmente el poder. Se autoproclama Príncipe de Perú y escribe otra carta al monarca declarándole la guerra, un documento subversivo sin precedentes, en el que se dirige a su rey con un tono impertinente (aunque con lenguaje educado) renegando de la autoridad real en los territorios americanos:

Mira, mira, Rey español, que no seas cruel a tus vasallos, ni ingrato, pues estando tu padre y tú en los reinos de Castilla, sin ninguna zozobra, te han dado tus vasallos, a costa de su sangre y hacienda, tantos reinos y señoríos como estas partes tienen. Y mira, Rey y Señor, que no puedes llevar con título de Rey justo ningún interés destas partes donde no aventuraste nada, sin que primero los que en ello han trabajado sean gratificados.

Por cierto lo tengo que van pocos reyes al infierno, porque sois pocos; que si muchos fuésedes, ninguno podría ir al cielo, porque creo allá seríades peores que Lucifer, según teneis sed y hambre y ambición de hartaros de sangre humana; mas no me maravillo ni hago caso de vosotros […] Y pues, esclarecido Rey, no pedimos mercedes en Córdoba, ni en Valladolid, ni en toda España, que es tu patrimonio, duélete Señor, de alimentar los pobres cansados en los frutos y réditos desta tierra, y mira, Rey y Señor, que hay Dios para todos, igual justicia, premio, paraíso e infierno […] y en estas nos dé Dios gracia que podamos alcanzar con nuestras armas el precio que se nos debe, pues nos han negado lo que de derecho se nos debía.

Hijo de fieles vasallos en tierra vascongada, y rebelde hasta la muerte por tu ingratitud,

Lope de Aguirre, el Peregrino» (3)

En este punto los planes de Aguirre pasan por regresar a Perú e iniciar una sedición para conquistarla. Pero su aventura ha llegado demasiado lejos: como es lógico, el rey ha enviado un ejército para detenerle, la noticia de su rebelión se ha extendido por todos los pueblos y muchos de sus hombres desertan, temiendo las consecuencias de haber traicionado a la corona. Al llegar a Venezuela permite a sus hombres de confianza que le abandonen. Ya sin respaldo alguno, en un último acto de violencia mata a su hija Elvira para que no sufra ella también la venganza que está por venir. Los soldados del rey (acompañados por varios marañones renegados) lo abaten a disparos y descuartizan su cadáver, enviando diferentes partes de su cuerpo a varias ciudades para ser expuestas al público como aviso ejemplar de las consecuencias de una traición como la suya y para disuadir a posibles rebeldes de imitar sus acciones. Lo que quedó de su cuerpo fue echado de comer a los perros. Fue juzgado después de su muerte y declarado culpable de crímenes de lesa majestad.

En una primera etapa Aguirre se posicionó a favor de la abolición de la encomienda y la brutalidad de los conquistadores con los indígenas. Después responsabilizaría de ello a la corona española y a los gobernantes que designa, considerando que el rey no era el legítimo propietario de aquellos territorios, sino los conquistadores, que sin ninguna autoridad sobre ellos merecían gobernar bajo sus propias condiciones. El historiador vasco Segundo de Ispizua le consideraba el primer mártir de la independencia de América. Para Simón Bolívar, su carta dirigida a Felipe II constituye la primera declaración de independencia realizada en el continente americano. La mayoría, sin embargo, atribuye su carácter contradictorio a una creciente demencia que culminó en delirios de grandeza y considera que los objetivos de su crueldad siempre fueron arbitrarios, motivado por un complejo de inferioridad y una maldad innata. En definitiva, una de los mayores tiranos de nuestro pasado colonial.

De las crónicas que recogen esta historia la más importante fue escrita al año siguiente de los hechos por Francisco Vázquez (uno de los soldados que participó en la expedición y que desertó en la isla Margarita), titulada Relación de todo lo que sucedió en la jornada de Amagua y Dorado.

Lope de Aguirre en las representaciones culturales del siglo XX

Sobre la figura de Aguirre se han escrito tantas novelas como ensayos históricos. Su sanguinaria insurrección interesó especialmente a los autores del siglo XX, destacando las siguientes obras: Las inquietudes de Shanti Andía (Pío Baroja, 1911), Tirano Banderas (Ramón María del Valle-Inclán, 1926), El camino de El Dorado (Arturo Uslar Pietri, 1947) y sobre todo La aventura equinoccial de Lope de Aguirre (Ramón J. Sender, 1964).

Su historia fue llevada al cine en Aguirre, la cólera de Dios (Werner Herzog, 1972) y El Dorado (Carlos Saura, 1988). También ha inspirado historias en el mundo del cómic, como Lope de Aguirre (escrito por Felipe Hernández Cava e ilustrado por Enrique Breccia, Federico del Barrio y Ricard Castells, 1989-1998) y El Dorado, el delirio de Lope de Aguirre (con guión de Carlos Albiac e ilustraciones de Alberto Breccia, 1992).

Klaus Kinski en la piel de Lope de Aguirre en la película de Wener Herzog

Lope de Aguirre interpretado por Klaus Kinski en la película de Wener Herzog | Fuente

Notas

1 Se desconoce con exactitud el año de su nacimiento. Se han aportado diversas posibilidades pero lo más aceptado es que nació entre 1511 y 1515.
2 SIMÓN, Pedro. Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias occidentales. Bogotá: Casa Editorial de Medarno Rivas, 1892, vol. 1, pp. 249-250. Disponible aquí.
3 Carta de Lope de Aguirre a Felipe II, rey de España. Versión adaptada al español moderno del original conservado en el Archivo de Indias. Disponible aquí.

Fuentes

BARAIBAR, Álvaro. Lope de Aguirre: la construcción de una imagen del poder. Alpha, 2011, nº 33, pp. 187-200. Disponible aquí.
BELTRÁN Y RÓZPIDE, Ricardo. La expedición de Ursúa al Dorado y la rebelión de Lope de Aguirre, por don Emiliano Jos. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2011. Disponible aquí.
GÓMEZ MANTILLA, Saúl. Lope de Aguirre: la visión del villano. Academia.edu. Disponible aquí.
MARCUS, Raymond. El mito literario de Lope de Aguirre en España y en Hispanoamérica. En: MAGIS, Carlos H. (coord.) Actas del Tercer Congreso Internacional de Hispanistas. México: El Colegio de México, 1970, pp. 581-592. Disponible aquí.
RUANO GUTIÉRREZ, Marina. Discurso del tirano Lope de Aguirre: Estudio comparativo de la carta a Felipe II de Lope de Aguirre con los textos de otros cronistas. Sincronía, 2003, nº 2. Disponible aquí.

Antropofagia en América

Viñeta en un mapa de América de 1606 realizado por Jodocus Hondius (usando la proyección de Mercator) en la que se representa un grupo de "Americanos in Brasilia" practicando el canibalismo.

Viñeta en un mapa de América de 1606 realizado por Jodocus Hondius en la que se representa un grupo de «Americanos in Brasilia» practicando el canibalismo | Fuente

Según se relata en los diarios de Cristobal Colón recopilados por Bartolomé de las Casas, ya en el primer viaje al Nuevo Mundo los habitantes de las Antillas le hablaron de un grupo rival al que temían por ser muy belicosos y comerse a sus víctimas. A este pueblo los taínos los llamaban cariba. Tanto la palabra Caribe (con la que se denominó posteriormente a la región) como caníbal (que se utiliza para denominar a los animales que se alimentan de miembros de su propia especie) provienen etimológicamente de la misma fuente: un término que significa «osado, audaz» que, por una corrupción del lenguaje, para los taínos significaba «enemigo» y lo utilizaron para referirse a un grupo de habitantes de las Antillas y las costas colombiana y venezolana que estaban en plena expansión.

Colón no parecía creer del todo estos relatos e incluso confesaba la difícil comunicación con los amerindios (ni él los entendía bien ni ellos a él, por lo que habría que preguntarse si realmente le estaban narrando episodios de antropofagia) y más adelante pensó que estos hombres temibles que les atacaban no debían ser otros que los hombres del Gran Can (el emperador mongol), a los que podría encontrar una vez que pisase tierra firme, ya que a la sazón él estaba convencido de haber llegado a la costa asiática:

(…) Caniba no es otra cosa sino la gente del Gran Can, que debe ser aquí muy vecinos; y tendrá navíos y vendrán a cautivarlos, y como no vuelven creen que se los han comido» (1)

Es de suponer entonces que la palabra caníbal, que también aparece en el Diario de a bordo, no es más que una deformación que el propio Colón hace de la palabra original para que cuadre a sus intereses, o tal vez una comprensión errónea debido al desconocimiento del idioma. Por ello Colón es considerado el inventor de esta palabra, y ya que se decía que esos caníbales comían carne humana, enseguida ese término pasó a utilizarse como lo conocemos actualmente.

Es curioso cómo los dos grupos rivales que los primeros colonos encontraron en las Antillas, los caribes y los taínos, dieron lugar con el tiempo a dos concepciones fabulosas y bien diferentes del amerindio: los primeros representando al indio salvaje y brutal, devorador de carne humana, y los segundos asociados a la nobleza, la bondad natural, el «buen salvaje».

El ser humano ha practicado el canibalismo desde nuestros antepasados prehistóricos hasta la actualidad, generalmente en tres vertientes: como práctica alimentaria habitual, como parte de un ritual religioso y como última solución a una situación de hambre extrema. Encontramos ejemplos de este último caso en el holocausto ucraniano durante la Segunda Guerra Mundial o en los supervivientes del accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya en la cordillera de los Andes en 1972.

Desde el primer contacto de Colón son numerosos las crónicas o evidencias forenses que testimonian la existencia de prácticas antropfágicas en todo el continente americano, pero especialmente en América del Sur y América Central. Esto fue utilizado desde el principio para justificar la guerra justa y la colonización de aquellos territorios, como ejemplo del salvajismo de aquellos pueblos (entre otras actividades consideradas herejes y contra natura como los sacrificios humanos o el estilo de vida promiscuo) y reforzar la idea de superioridad del europeo cristiano. El debate sobre la veracidad de este hecho sigue vigente hoy en día, aunque lo que se suele cuestionar es que los indígenas practicasen el canibalismo propiamente dicho, pues como práctica ritual si se acepta mayoritariamente como algo irrefutable. Muchos autores cuestionan los textos de indias y las afirmaciones de Cristóbal Colón, Américo Vespucio, Pedro SimónJuan de Borja, entre otros, que suelen estar basadas en testimonios de terceros sobre sus enemigos (es decir, que nunca llegaron a ver de primera mano a nadie comiendo carne humana).

La mayoría de autores coinciden en que, a pesar de los testimonios de Colón y otros, los caribes no practicaban el canibalismo. El antropólogo Juan César Salas afirmaba en su estudio Los indios caribes. Estudio sobre el origen del mito de la antropofagia (1920) que la mayoría de testimonios donde se acusa a los caribes de antropófagos carecen de validez, al considerar imposible que los españoles pudiesen comprender las lenguas indígenas. También considera que los conquistadores, ya convencidos del canibalismo de los americanos, identificaban carne humana cada vez que presenciaban a un grupo comiendo cualquier tipo de carne. Asimismo, Salas apunta que los propios indígenas contribuyeron a la difusión del mito del canibalismo, para asustar a los españoles o dirigirlos hacia sus enemigos.

Escena de canibalismo en el Códice Magliabechano, folio 73r (siglo XVI)

Escena de canibalismo en el Códice Magliabecchiano, folio 73r (siglo XVI) | Fuente

Sea cierta o no la antropofagia de los caribes, investigaciones recientes (apoyadas en pruebas de ADN realizadas a restos óseos) sí que han encontrado evidencias que confirman la práctica del canibalismo por otros pueblos de América, si bien los autores de estas investigaciones concluyen que es poco probable que estas prácticas fuesen realizadas debido a hambrunas o por pueblos primitivos, ya que se trataba de civilizaciones prósperas y muy avanzadas.

En cualquier caso, durante la primera fase de la conquista se consideró caníbales no sólo a aquellas tribus que lo eran sino también a aquellas más resistentes que combatían a los conquistadores, convirtiéndose en un término despectivo que en muchos casos tenía mas de leyenda difamatoria que de verdad. Así, la acusación de canibalismo se convirtió en argumento de persecución de la misma forma que se utilizó para perseguir a los primeros cristianos durante el Imperio Romano.

Amerindios practicando la antropogagia en una ilustración incluida en el mapa de América (Terra Nova) de la edición de Miguel Servet de la Geographia de Ptolomeo (1541). El atlas se conserva en la Biblioteca del Museo de Valladolid

Amerindios practicando la antropofagia en una ilustración del mapa de América (Terra Nova) de la edición de Miguel Servet de la Geographia de Ptolomeo (1541). El atlas se conserva en la Biblioteca del Museo de Valladolid | Fuente

Caníbales americanos

Son muchos los casos documentados de grupos señalados como antropófagos a lo largo de todo el continente americano. Se dice que en México se celebraban sacrificios humanos para honrar a Huitzilopochtli, el dios de la guerra, seguidos de banquetes donde se comían a sus víctimas. También se le hacían ofrendas a otros dioses, como Quetzalcóatl, dios del viento o Tezcatlipoca Telpochtli, dios del día o del sol.

En su Crónica de la Nueva EspañaFrancisco Cervantes de Salazar recoge la experiencia de Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero, que fueron capturados tras un naufragio por la tribu maya de los cocomes en la península de Yucatán. Cuenta que cuatro de sus compañeros, incluido el capitán, fueron sacrificados, ofrecidos a sus ídolos y posteriormente devorados. Una de las pocas referencias a la cultura maya en lo que a canibalismo se refiere.

En las narraciones de cronistas como Francisco López de Gómara o Bernardo Díaz del Castillo de la conquista de Tenochtitlan liderada por Hernán Cortés también se describen episodios de esta naturaleza, siendo en muchos casos las víctimas los españoles. Totonacas, tlaxcaltecas y cholultecas, entre otros, se incluyen entre las tribus responsables de ello. Incluso se dice que Cortés hablaba e intentaba convencer a estos pueblos de abandonar las prácticas de sacrificios humanos y canibalismo después de ganar las batallas.

Un caso concreto a destacar es el de La Gaitana, una cacica colombiana que en el siglo XVI actuó de forma contundente para vengar la muerte de su hijo (fue quemado vivo por orden de Pedro de Añasco y ella lo presenció), según recoge Pedro Simón en sus Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias occidentales:

(…) Dejando correr con la furia que quisieron los extremos de su enojo y venganza esta vieja, lo primero en que los ejecutó fué, como á otro Mario romano, en sacarle los ojos, para con esto acrecentarle los deseos de la muerte. Horadóle luego ella por su mano por debajo de la lengua y metiéndole por allí una soga y dándole un grueso nudo, lo llevaba tirando de ella, de pueblo en pueblo y de mercado en mercado, haciendo grandes fiestas con el miserable preso, desde el muchacho hasta el más anciano, celebrando todos la victoria, hasta que habiéndosele hinchado el rostro con monstruosidad y desencajadas las quijadas con la fuerza de los tirones, viendo que se iba acercando á la muerte, le comenzaron á cortar, con intervalos de tiempo, las manos y brazos, pies y piernas por sus coyunturas y las partes pudendas; todo lo cual sufría el esforzado Capitán con paciencia cristiana, ofreciendo á Dios su muerte, hasta que le llegó entre medias de tan intolerables angustias, que bien se puede contar con las miserables que hemos dicho de los mayores conquistadores de estas Indias. Muerto este Capitán, hicieron con él lo que con los demás sus compañeros y caballos, que fue cortarles las cabezas y de ellas hacer vasos para beber; desollarles y llenar de ceniza los pellejos de hombres y caballos y colgarles por trofeos á las puertas de Pioanza  y de otros principales, y juntarse, cocida yá la carne, á hacer una gran fiesta y borrachera, celebrando la victoria con bailes y cantos de hombres y mujeres, en que la contaban y como había sido, con todas las particularidades que les parecían mas dignas de memoria» (2)

Célebre es el caso del alemán Hans Staden, narrado por él mismo en la autobiográfica Verdadera historia y descripción de un país de salvajes desnudos (1557), obra que tuvo un gran éxito editorial y consolidó en el Viejo Mundo el estereotipo de las tribus caníbales americanas. En 1553 Staden se empleaba como artillero en un fuerte portugués en Bertioga, Brasil. Cuando un día salió a buscar a un esclavo que había ido a cazar, Staden fue apresado por indios de la tribu tupinambá, quienes lo tomaron por portugués. Fue testigo de varios banquetes caníbales y temía siempre que en el siguiente le tocaría a él.  Tras ganarse la amistad de un jefe local y convencer a los miembros de la tribu de que era francés (entre otras artimañas, como fingir ser curandero o profeta) consiguió aplazar su ejecución. Finalmente fue rescatado por un barco francés tras nueve meses de cautiverio. En su obra (que es en realidad un trabajo de antropología) relata con todo lujo de detalles su experiencia, la geografía del lugar y las costumbres y creencias de los tupinambá. Describe sus festines caníbales como rituales para castigar a sus enemigos:

(…) Esto es considerado por ellos como un gran honor. El que debe matar al prisionero vuelve a coger el palo y dice: «Sí, aquí estoy, quiero matarte, porque los tuyos también mataron a muchos de mis amigos y los devoraron». El otro responde: «cuando esté muerto, aún tengo muchos amigos que seguro me han de vengar». Entonces le descarga un golpe en la nuca, los sesos saltan e inmediatamente las mujeres cogen el cuerpo, lo arrastran hacia el fuego, lo raspan hasta que quede bien blanco y le meten un palito por detrás, para que nada se le escape.

Una vez que ya está desollado, un hombre le coge y le corta las piernas por encima de las rodillas, y también los brazos. Vienen entonces las mujeres, cogen los cuatro pedazos y echan a correr alrededor de las cabañas, haciendo un gran escándalo.

Después le abren los costados, separan el espaldar de la parte delantera y lo reparten; pero las mujeres guardan los intestinos, los hierven, y del caldo hacen una sopa que se llama Mingau, que se beben ellas y los niños.

Se comen los intestinos y también la carne de la cabeza; los sesos, la lengua y todo lo demás son para las criaturas. Cuando todo está acabado, cada uno vuelve a su casa y lleva su parte consigo. El que ha matado gana otro nombre, y el rey de las cabañas le marca el brazo con el diente de un animal feroz. Cuando cura, se le ve la marca, y esto es la honra que tiene.

Después, ese mismo día, tiene que quedarse acostado en su red; le dan un pequeño arco con una flecha para pasar el tiempo disparando a un blanco de cera. Esto se hace para que los brazos no se le queden temblores del susto de haber matado.

Esto así yo lo vi y presencié» (3)

Uno de los grabados originales de la primera edición alemana de la Verdadera historia, donde aparecen los tupinambá en pleno banquete. Staden es el hombre con barba a la derecha bajo las siglas "H+S"

Uno de los grabados originales de la primera edición alemana de la Verdadera historia, en el que aparecen los tupinambá en pleno banquete. Staden es el hombre con barba a la derecha bajo las siglas «H+S» | Fuente

En América del Norte, aunque menos numerosos, también existen los pueblos indígenas considerados caníbales. David Scheimann, en un texto para la Universidad de Ohio, señala entre ellos a los hurones, neutrales, algonquinos y especialmente a los iroqueses, a los que considera la tribu norteamericana más sanguinaria del siglo XVII.

Caníbales europeos

También existen casos documentados de conquistadores antropófagos en América en casos de supervivencia extrema, al no estar adaptados al medio y, en ocasiones, encontrarse perdidos y sin recursos en tierra hostil. Según Juan César Salas, sucedió en más ocasiones de las que uno se esperaría:

(…) las muertes, robos y salteamientos de esclavos en Paria, Maracapana y Carúpano, como en la costa de Chichirivichi, habían convencido a los indios de que en vez de ojaguas -hijos del Sol-, debían considerar a los rostros pálidos como ochíes -tigres carniceros-, como lo eran realmente quienes de tal manera se conducían. No es esto mera fantasía literaria, pues realmente creían que los españoles comían gente y en realidad la comieron los de Turey… en todas las expediciones donde no hubo sementeras y labranzas indígenas que destrozar ni tallos de bihao (heliconia) con que acallar el hambre, como pude verse en la relación de las entradas de Pánfilo Narváez, según relación de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, en las de Spira, Tolosa, Alfinger y otras; como lo consignan Oviedo y Valdés, Castellanos, Simón y demás cronistas de la Conquista, y la declaración juramentada que se tomó al soldado Francisco Martín, el único superviviente de la expedición de Bascona, que con sesenta mil pesos de oro, se perdió en las selvas del Zulia que rodean el lago de Maracaibo…» (4)

Aunque todos los ejemplos aportados por Salas en la cita anterior son españoles, no fueron los únicos. En verano de 2012 se hallaron evidencias arqueológicas que apuntan la posibilidad de que en Jamestown, el primer asentamiento británico en EEUU, los primeros colonos recurrieron al canibalismo al padecer una larga hambruna. Desde su llegada en en 1607 hasta 1610, los británicos sobrevivieron a duras penas; las provisiones les llegaban con retraso y cada vez venían más colonos al lugar para reemplazar a los que iban muriendo. Además, sus expediciones para cazar y recolectar alimentos terminaban con frecuencia masacradas a manos de los nativos. Su situación empeoró aún más tras una temporada de malas cosechas y para 1610 sólo habían sobrevivido 65 de unos 500 colonos que había establecidos. Los conquistadores se alimentaron con animales (caballos, perros, gatos o serpientes) y con las pieles que vestían antes de sucumbir a la antropofagia y devorar a los que habían muerto. Las conclusiones presentadas por investigadores del Museo Nacional de Historia Natural del Instituto Smithsonian de Washington indican que los restos analizados pertenecen a una chica de 14 años que fue desmembrada y cuyo cráneo presenta cortes realizados post mortem para extraer el cerebro. Para los responsables de esta investigación, este hallazgo viene a confirmar algo que ya sospechaban.

Citas

1 COLÓN, Cristóbal. Diario de a bordo. Edición de Luis Arranz. Madrid: Edaf, 2006, p. 166.
2 SIMÓN, Pedro. Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias occidentales. Bogotá: Casa Editorial de Medarno Rivas, 1892, vol. 4, p. 143. Disponible aquí.
3 STADEN, Hans. Verdadera historia y descripción de un país de salvajes desnudos. Barcelona: Argos Vergara, 1983, pp. 216-219.
4 SALAS, Juan César. Los indios caribes. Estudio sobre el origen del mito de la antropofagia. Madrid: Editorial América, 1920, pp. 66-67.

Fuentes

CHICANGANA-BAYONA, Yobenj Aucardo. El nacimiento del Caníbal: un debate conceptual. Historia Crítica. 2008, nº 36, pp. 150-153. Disponible aquí.
FRANCO, Francisco. El ‘otro’ como caníbal. Un acercamiento a los indios Caribes. Estudio sobre el origen del mito de la antropofagia de Julio César Salas. Fermentum. Revista Venezolana de Sociología y Antropología. 2008, nº 51, pp. 36-59. Disponible aquí.
GONZÁLEZ RUIZ, Felipe. La antropofagia en los indios del Continente americano. Revista de las Españas. 1932, nº 75-76, pp. 545-548. Disponible aquí.
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