La leyenda del piloto anónimo

El desembarco de Colón, obra de Albert Bierstadt (1987)

El desembarco de Colón, obra de Albert Bierstadt (1987) | Fuente

La figura de Cristóbal Colón sigue siendo un enigma, algo a lo que él mismo contribuyó. Además de los interrogantes sobre su persona, son muchas las cuestiones sin resolver sobre el descubrimiento de América y la información que el almirante pudiera tener sobre las tierras en las que desembarcó. ¿Sabía Colón hacia dónde se dirigía? ¿Conocía lo que allí se iba a encontrar?

Muchos piensan que sí. En las Capitulaciones del Almirante don Cristóbal Colón (más conocidas como Capitulaciones de Santa Fe), firmadas por los Reyes Católicos meses antes de que tuviese lugar la primera expedición colombina en 1492, se habla en el primer párrafo de «lo que ha descubierto en las mares Océanas y del viaje que ahora, con la ayuda de Dios, ha de hacer por ellas en servicio de vuestras altezas» (1). Esa afirmación y las enormes concesiones políticas y económicas prometidas a Colón (que contrastan con la política autoritaria de su reinado) sugieren que tenían expectativas de un éxito asegurado.

Los interrogantes sobre Colón, sus motivaciones y la información que poseía para realizar su odisea ya fueron formulados por sus contemporáneos. Bartolomé de las Casas, uno de los cronistas más relevantes en la historiografía de la conquista, escribía en el primer volumen de su Historia de las indias (obra terminada en 1561 pero publicada por primera vez en 1875): «[…] según tengo entendido, que cuando determinó encontrar un príncipe cristiano que le ayudase e hiciese espaldas, ya él tenía certidumbre que habría de descubrir tierras y gentes en ellas, como si en ellas personalmente hubiese estado (de lo cual cierto yo no dudo)» (2). Para el cronista está claro que Colón tenía certezas sobre las indias que no compartió y que cuando propuso su empresa lo hizo «dando razones y autoridades para que lo tuviesen por posible, pero callando las más urgentes» (3).

Hernando Colón escribió sobre las razones que motivaron a su padre al descubrimiento de las indias en su obra póstuma Historia del Almirante Don Cristóbal Colón (la había escrito antes de morir en 1539 y no fue publicada hasta 1571). Bartolomé de las Casas tuvo acceso a su contenido mientras permanecían inéditas y lo utilizó para su Histoira de las indias, que paradójicamente terminó siendo publicada después. Esas razones eran, principalmente: el conocimiento de la esfericidad del planeta y la unicidad del océano y, por tanto, la posibilidad de navegar desde la costa europea hasta el extremo oriental, interpretando la cosmografía de autores como Pierre d’AillyMarino de Tiro, Ptolomeo Alfagrano (quien creía que el tamaño del planeta era menor que otros autores), así como la obra de Aristóteles, Herodoto, Plinio o Marco Polo, y especialmente, las distancias establecidas por Toscanelli.

Además, Colón tuvo otros indicios para diseñar su proyecto, en palabras de su hijo:

La tercera y última causa que movió al Almirante al descubrimiento de las Indias fué la esperanza que tenía de encontrar, antes que llegase a aquéllas, alguna isla o tierra de gran utilidad, desde la que pudiera continuar su principal intento […] Siendo esto así, argumentaba que entre el fin de España y los términos de la India conocidos entonces, había muchas islas y tierras, como la experiencia ha demostrado. A lo que daba más fácilmente crédito, movido por algunas fábulas y novelas que oía contar a diversas personas y a marineros que traficaban en las islas y los mares occidentales de los Azores y de la Madera. Noticias que, por cuadrar algo a su propósito, las retenía en su memoria» (4).

Tanto Hernando Colón como Bartolomé de las Casas recogen estas novelas: los testimonios que el almirante había escuchado sobre la aparición en alta mar y en las playas portuguesas de maderas labradas y cañas muy anchas no conocidas en Europa ni en África, que podrían venir arrastradas por el viento y el mar desde alguna isla desconocida, y que el mismo Rey de Portugal se las mandó mostrar; la aparición en las Isla de las Flores de dos cadáveres «que parecían tener las caras muy anchas y de otro gesto que tienen los cristianos» (5), así como algunas canoas en las costas de las Azores.

Y también lo relatado por navegantes y pescadores que aseguraban haber visto tierras durante sus travesías por el Atlántico, aunque ninguno llegó a desembarcar en ellas debido a las condiciones atmosféricas. Algunos de estos testimonios identifican las tierras vislumbradas con islas fantasma y territorios mitológicos, que incluso aparecían recogidos en mapas de la época, como Antilla, la Isla de las Siete Ciudades, y el propio Hernando Colón habla de la isla Bacallaos. Más tarde, también Cristóbal Colón esperaría encontrar parajes legendarios en su empresa, seducido por las narraciones bíblicas y los relatos de Marco Polo sobre regiones de ensueño abundantes en oro.

A lo largo del tiempo han surgido varias teorías sobre la información que Colón pudo manejar y muchas todavía son material de debate. Algunas hablan de información privilegiada, de datos mucho más precisos que los que pudo obtener de los navegantes según las narraciones referidas por Hernando Colón y Bartolomé de las Casas. Dentro de los relatos no oficiales uno de ellos resulta especialmente interesante, como demuestra el hecho de que los principales cronistas e historiadores hayan pasado por él, ya sea para verificarlo, desmentirlo o simplemente dejar constancia de su existencia. Hablamos de la teoría del piloto anónimo, también calificado como prenauta o protonauta, surgida casi desde los primeros tiempos de la conquista.

La leyenda cuenta que un barco comercial que navegaba hacia Madeira se vio envuelto en una tormenta que lo lanzó a la deriva durante días hasta que finalmente lo arrastró a tierra. La tripulación desembarcó en una isla desconocida y habitada. Cuando se calmó el temporal, tras recoger leña y agua, emprendieron el viaje de regreso, calculando de forma aproximada la ruta que habían seguido hasta allí. En el camino de vuelta se vieron inmersos en otra tempestad y naufragaron durante meses, transcurso en el que enfermaron y se quedaron sin provisiones. Murieron casi todos los tripulantes. La embarcación llegó hasta Maderia, donde los pocos supervivientes fueron acogidos por Colón en su propia casa. Fueron muriendo poco a poco pero el piloto de la nave, antes de perecer, le contó a su anfitrión el relato de su viaje, dándole datos precisos y documentos con información que habían anotado sobre las tierras descubiertas, incluyendo distancias marítimas para llegar allí, vientos y corrientes.

Esta es, a grandes rasgos, la leyenda del piloto que dio a Colón una información privilegiada gracias a la cual pudo conseguir sus objetivos. Pero los detalles de la historia varían según el cronista; como la nacionalidad del piloto, el lugar de partida de la nave, así como el lugar de destino, la cantidad de tripulantes y el tiempo que pasaron en la isla. En unas versiones el piloto dio la información a Colón como agradecimiento por su hospitalidad y cuidados, en otras ya se conocían anteriormente y le se la dio a él sabiendo que le serían de interés y que tenía los conocimientos para aprovecharla.

Estatua de Alonso Sánchez en Huelva. Fotografía de Juan Carlos Bueno Camacho | Fuente

Estatua de Alonso Sánchez en Huelva. Fotografía de Juan Carlos Bueno Camacho | Fuente

Aunque no son los únicos historiadores de su tiempo que recogieron esta historia, todas las narraciones posteriores beben principalmente de lo que escribieron Gonzalo Fernández de Oviedo, Francisco López de Gómara y Bartolomé de las Casas, y ya las versiones de éstos difieren entre sí, puesto que la recogieron de la tradición oral y cada uno de ellos escuchó todo tipo de comentarios.

González de Oviedo, que fue quien puso por primera vez esta historia por escrito en su Historia general y natural de las indias (1535), reflexiona sobre ello:

Unos dicen que este maestre o piloto era andaluz; otros le hacen portugués; otros, vizcaíno; otros dicen quel Colón estaba entonces en la isla de la Madera, y otros quieren decir que en las de Cabo Verde, y que allí aportó la carabela que he dicho, y él hobo, por esta forma, noticia de esta tierra.

Que esto pasase así o no, ninguno con verdad lo puede afirmar; pero aquesta novela así anda por el mundo, entre la vulgar gente, de la manera que es dicho. Para mí, yo le tengo por falso, y, como dice el Augustino: Melius est dubitare de ocultis, quam litigare de incertis. Mejor es dudar en lo que no sabemos que porfiar lo que no está determinado» (6)

López de Gómara revisitó el relato del prenauta años después en su Historia general de las indias (1952), donde también se refiere a la variedad de versiones, pero él si que cree la historia del piloto:

He aquí cómo se descubrieron las Indias por desdicha de quien primero las vió, pues acabó la vida sin gozar de ellas y sin dejar, o a lo menos sin recordar, cómo se llamaban, ni de dónde eran, ni qué año las halló. Aunque no fue culpa suya, sino malicia de otros o envidia de la que llaman fortuna. Y no me maravillo de las historias antiguas, que cuenten hechos grandísimos por pequeños y oscuros principios, pues no sabemos quién de poco tiempo acá halló las Indias, que tan señalada y nueva cosa es. Quedáranos siquiera el nombre de aquel piloto, ya que todo lo demás con la muerte fenece. Unos hacen andaluz a este piloto, que comerciaba en Canarias y en Madera cuando le aconteció aquella larga y mortal navegación; otros vizcaíno, que contrataba en Inglaterra y Francia; y otros portugués, que iba o venía de la Mina o India, lo cual cuadra mucho con el nombre que tomaron y tienen aquellas nuevas tierras. También hay quien diga que arribó la carabela a Portugal, y quien diga que a Madera, o a otra de las islas de los Azores; empero, ninguno afirma nada. Solamente concuerdan todos en que falleció aquel piloto en casa de Cristóbal Colón, en cuyo poder quedaron las escrituras de la carabela y la relación de todo aquel largo viaje, con la marca y altura de las tierras nuevamente vistas y halladas» (7)

De las Casas, en la obra antes citada, también pondera la autenticidad de la historia:

Esto es lo que se dijo y tuvo por opinión y lo que entre nosotros, los de aquel tiempo y en aquellos días comúnmente, como ya dije, se platicaba y tenía por cierto, y lo que diz que eficazmente movió como a cosa no dudosa a Cristóbal Colón. Pero en la verdad, como tantos y tales argumentos y testimonios y razones naturales hubiese, como arriba hemos referido, que le pudieron con eficacia mover, y mucho menos de los dichos fuesen bastantes, bien podemos pasar por esto y creerlo o dejarlo de creer, puesto que pudo ser que nuestro Señor lo uno y lo otro le trajese a las manos, como para efectuar obra tan soberana que, por medio dél, con la rectísima y eficacísima voluntad de su beneplácito determinaba hacer. Esto, al menos, me parece que sin alguna duda podemos creer: que, o por esta ocasión, o por las otras, o por parte dellas, o por todas juntas, cuando él se determinó, tan cierto iba de descubrir lo que descubrió y hallar lo que halló, como si dentro de una cámara, con su propia llave lo tuviera» (8)

Es decir, de las Casas está convencido de que Colón sabía con exactitud hacia dónde se dirigía y qué iba a encontrar allí, más allá de que esta leyenda sea cierta. Para él tiene perfecto sentido que Colón dispusiese de esta información sobre la existencia de tierras desconocidas, en su opinión sería una más de las muchas pistas que Dios puso en el camino del almirante para que lograse su hazaña. Recordemos que a de las Casas no le resulta descabellada la posibilidad de que Colón hubiese contactado con el continente antes de descubrirlo oficialmente. En su opinión, el origen de la leyenda «derivaría de alguno o de algunos que lo supiesen o por ventura de quien de la boca del mismo Almirante o en todo o en parte de alguna palabra se lo oyese» (9). Y, en sus palabras, la teoría del prenauta explicaría por qué «los indios vecinos de aquella isla tenían reciente memoria de haber llegado a esta isla Española, otros hombres blancos y barbados como nosotros, antes que nosotros no muchos años» (10).

Fue mucho tiempo después, en 1609, cuando el Inca Garcilaso de la Vega aporta a la leyenda localizaciones concretas, nombres y apellidos. En sus Comentarios reales de los Incas identifica al piloto como Alonso Sánchez, natural de Huelva, y sitúa su decisivo encuentro con Colón en torno a 1484, asegurando que esto se lo había contado su padre y los contemporáneos de éste, quienes se habían relacionado con los primeros conquistadores. A partir de entonces los historiadores posteriores acuñaron esta información a la leyenda, por más que, como del resto de ella, no existiese prueba documental alguna.

Muchos son los que consideran la historia de Alonso Sánchez y cuantos detalles la contextualizan como mera especulación, tal vez motivada por intenciones de desprestigio hacia la figura de Colón. El historiador Cesáreo Fernández Duro recogía algunos ejemplos en su estudio La tradición de Alonso Sánchez de Huelva, descubridor de tierras incógnitas (1892):

D. Juan Pérez de Guzmán […] viendo que Gonzalo Fernández de Oviedo consignó la especie con expresión de que así corría de boca en boca, aunque él la tenía por falsa, piensa que no anduvo acertado el cronista al reproducir hablillas del mundo especulativo y de acarreo, consciente propagador y secuaz hasta de lo que se sabe que es mentira, por adular pasiones poderosas. Pues no existía documento donde el nombre del navegante se encuentre; no habiendo la menor huella de la existencia de ese piloto ú hombre de mar, ni de los detalles que se dan sobre su pretendida y forzosa arribada á un país desconocido, debió estimarse fábula de pura fantasía, patraña inventada por la imaginación del pueblo para disminuir la gloria de Colón.

Los historiadores que sucesivamente fueron copiando la leyenda, como López de Gómara, el P. José de Acosta, el inca, Garcilaso de la Vega, Bernardo de Alderete, Rodrigo Caro, á juicio del Sr. Pérez de Guzmán, añadieron intencionalmente alguna particularidad para hacerla más verosímil, alimentando comidillas de malevolencia preparadas por los émulos de Colón, grandes y chicos; novelas que no descansan en ningún testimonio, en ninguna prueba ejecutiva» (11)

Aunque no exista evidencia alguna que respalde su veracidad y haya sido descartada por la mayoría de los historiadores modernos (en la línea de Pérez de Guzmán), también son muchos los que creen o no descartan esta teoría. Fernández Duro observaba que, aunque son minoría, también hay un grupo de escritores e historiadores que encuentra «razones que abonan, como personaje real y figura histórica, al piloto, nombrándolo Alonso Sánchez y colocando al acto por él realizado fuera de toda duda; más claro, más evidente que muchas de las acciones de la vida del Almirante, que sin prueba documental se admiten» (12) y escribe, en su propia opinión, que «con las indicaciones vulgares se vislumbra ya, desde luego, que hubo más de una expedición ó aventura desgraciada, y que vascos, andaluces y portugueses intentaron la empresa que Cristobal Colón llevó á cabo» (13).

En esta línea destaca el estudio que el catedrático Juan Manzano Manzano publicó bajo el título Colón y su secreto: el predescubrimiento (1976), que para muchos ha cambiado la forma de analizar esta historia y supone un precedente para los que investiguen sobre ella. Manzano estipula que la isla donde el piloto naufragó fue Cibao, después llamada La Española, y fecha el encuentro entre Colón y el prenauta entre 1877 y 1878. Considera que, de ser cierta esta leyenda, tendría más sentido interpretar la ruta de Colón como una trayectoria directa e intencionada, a partir de la información del piloto, que la versión oficial, en la que se topó con el continente por accidente, siguiendo sólo su propia intuición y datos geográficos erróneos. Fue una travesía rápida y acertada, tanto que los siguientes conquistadores prácticamente tomaron la misma ruta en los siglos posteriores. Manzano también relaciona al piloto y su tripulación con algunos hombres y mujeres blancos que se encontraron entre los habitantes de La Española durante la primera expedición colombina, estimando que pudieran ser sus descendientes. En la teoría de Manzano los navegantes convivieron durante un tiempo indeterminado con los habitantes de la isla y fue estando ya muy enfermos cuando decidieron regresar. Propone además que la enfermedad que diezmó a la tripulación fue la sífilis, desconocida entonces, que los conquistadores trasladaron más tarde a Europa a partir de 1493. Estos aspectos de su estudio se han incorporado a la leyenda como en su día lo hicieron las aportaciones del Inca Garcilaso de la Vega, aunque en el caso de Manzano están mejor documentadas.

La historia sobre las llegadas precolombinas tiene otros antecedentes y múltiples versiones más recientes. Algunos descubrimientos demuestran que, a todos los efectos, Cristóbal Colón no fue el primero en llegar a América. Algo que resulta imposible de admitir para muchos. Que no fuese el primero no significa que su descubrimiento no fuese importante para occidente, para su era y para la Historia, algo que ya tiene una gran magnitud, al margen de posibles exploraciones anteriores que no tuvieron repercusión en el Viejo Mundo. El título de descubridor seguirá siendo suyo: él fue el primero en trazar una ruta de ida y vuelta y el primero que lo hizo saber al resto del mundo. Hasta Bartolomé de las Casas, conocido admirador y defensor de Colón, considera lógica ésta u otras posibilidades que nunca sabremos si ocurrieron, pero que son compatibles con el descubrimiento tal y como es conocido en la Historia.

En cualquier caso, la leyenda del piloto anónimo resulta interesante por surgir casi desde el principio del episodio histórico (aunque sea de la tradición oral), por la información recogida por cada cronista y por cómo la han interpretado los principales historiadores.

En Huelva, Alonso Sánchez tiene dedicadas una estatua, una calle, un parque, un instituto de Educación Secundaria y un barco de Salvamento. En el pedestal de su estatua, realizada por Antonio León Ortega en 1970, aparece escrito: «Al marino Alonso Sánchez de Huelva, predescubridor de Nuevo Mundo».

Las exploraciones precolombinas. Algunos hechos y varias hipótesis.

  • Actualmente existen evidencias de que los vikingos llegaron a América antes que Colón. La tradición nórdica narraba en las sagas irlandesas (manuscritos anónimos que comenzaron a publicarse en el Siglo XIII) el contacto con América del Norte antes del año 1000. Curiosamente, en esos relatos se dice que los vikingos, los asesinos del norte, abandonaron progresivamente sus asentamientos y descartaron las ideas de colonización al percibir que algunas poblaciones nativas reaccionaban con hostilidad ante su presencia.
  • El explorador noruego Thor Heyerdahl se propuso demostrar en 1970 que egipcios y americanos pudieron haberse comunicado por mar, realizando una expedición a bordo de la embarcación Ra II (un bote hecho de caña construido por indígenas bolivianos) desde Marruecos hasta Barbados, cruzando el Atlántico en tan sólo 57 días. Y no es el único que estima que los egipcios u otros pueblos africanos visitaron América cientos de años antes que Colón.
  • Juan Pérez de Tudela y Bueso, historiador y académico, propuso una versión alternativa de la leyenda del prenauta en su libro Mirabilis in altis. Estudio crítico sobre el origen y significado del proyecto descubridor de Cristóbal Colón (CSIC, 1982). Para Pérez de Tudela no fue un piloto anónimo quien se encontró con Colón y le proporcionó información sobre el continente, sino las amazonas amerindias que un barco europeo encontró navegando en canoas en medio del Atlántico hacia 1482 o 1483.
  • Otras teorías apuntan a China. Algunos historiadores localizan la ciudad mitológica de Fu Sang (recogida por primera vez en el Liang Shu o Libro de Liang en 635) en la costa oeste norteamericana, otros en tierras mexicanas. Gavin Menzies, escritor británico, asegura que el explorador chino Zheng He visitó el Nuevo Mundo en 1421. Una hipótesis muy controvertida y con escaso respaldo científico, calificada de pseudohistoria.
  • Una de las teorías favoritas para los amantes de las conspiraciones y la historia no oficial es en la que se afirma que los antiguos templarios iban y venían de América cargados de plata en la Edad Media. El investigador José Antonio Hurtado va más allá y propone la posibilidad de que Colón tuviese acceso a algunos documentos de los templarios, como mapas y cartas que le sirvieron de guía en su ruta.
  • Otro enigma es el mapamundi de Henricus Martellus realizado en 1489, donde el cartógrafo situó en el sudeste asiático una enorme península cuyos accidentes geográficos tienen sospechosas coincidencias con los de Sudamérica. El cartógrafo e historiador Paul Gallez identificó en esta península la red fluvial de América del Sur. En 1990 publicó en Argentina La Cola del Dragón. América del Sur en los mapas antiguos, medievales y renacentistas  (Bahía Blanca: Instituto Patagónico) que ya había sido publicado en Berlín en 1980. Gallez formaba parte de la autodenominada Escuela Argentina de Protocartógrafos, quienes sostienen que América era conocida antes del descubrimiento de Colón pero los geógrafos la representaban erróneamente unida a Asia por el norte del Pacífico.
  • En la actualidad, un grupo de científicos estadounidenses trata de descifrar con técnicas digitales un deteriorado mapa de Martellus de 1491 (una versión mas amplia y detallada del anterior) que contiene anotaciones cuyo texto apenas es legible, convencidos de que éste (o un mapa similar del mismo autor) fue la clave de Cristóbal Colón para persuadir a los Reyes Católicos y navegar por el Atlántico hacia Asia, ya que la posición y la distancia entre Cipango (Japón) y las Islas Canarias concuerdan con la trayectoria del primer viaje de Colón. Aunque no es muy conocido, es considerado el mapa que más territorio representa de su época.
Mapamundi de Henricus Martellus (1489) | Fuente

Mapamundi de Henricus Martellus (1489) | Fuente


Citas

1 Capitulaciones del Almirante don Cristobal Colón. Transcripción del documento del Archivo General de la Corona de Aragón. Disponible aquí.
2 DE LAS CASAS, Bartolomé. Historia de las indias. Edición, prólogo, notas y cronología: André Saint-Lu. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1986, vol. 1, p. 36.
3 Ibidem, p. 159.
4 COLÓN, Hernando. Historia del Almirante Don Cristobal Colón. Edición facsímil. Valladolid: Editorial Maxtor, 2010, vol. 1, pp. 67-68.
5 DE LAS CASAS, Bartolomé. Op. cit., p. 69.
FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Gonzalo. Historia general y natural de las indias (selección). Introducción, notas y actividades de Luigi Giuliani. [Madrid]: Editorial Bruño, 1991, pp. 76-77.
7 LÓPEZ DE GÓMARA, Francisco. Historia general de las indias. Barcelona: Editorial Iberia, 1954, vol. 1, p. 29.
DE LAS CASAS, Bartolomé. Historia de las indias. Edición, prólogo, notas y cronología: André Saint-Lu. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1986, vol. 1, p. 73.
9 Ibidem.
10 Ibidem, p. 74.
11 FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo. La tradición de Alonso Sánchez de Huelva, descubridor de tierras incógnitas. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. 2006. Disponible aquí.
12 Ibidem.
13 Ibidem.


Fuentes

FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo. La tradición de Alonso Sánchez de Huelva, descubridor de tierras incógnitas. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. 2006. Disponible aquí.
ORTIZ, Eleazar. Cristóbal Colón y el piloto anónimo en el siglo XXI. Divergencias. Revista de estudios lingüísticos y literarios. 2003, Vol. 1, pp. 91-96. Disponible aquí.
PÉREZ DE GUZMÁN, Juan. Precursores fabulosos de Colón, I. La Ilustración española y americana. 1892, nº 10, pp. 162-166. Disponible aquí.
PÉREZ DE GUZMÁN, Juan. Precursores fabulosos de Colón, II. Alonso Sánchez de Huelva. La Ilustración española y americana. 1892, nº 12, pp. 194-195. Disponible aquí.

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