Categoría: Descubrimiento

Antropofagia en América

Viñeta en un mapa de América de 1606 realizado por Jodocus Hondius (usando la proyección de Mercator) en la que se representa un grupo de "Americanos in Brasilia" practicando el canibalismo.

Viñeta en un mapa de América de 1606 realizado por Jodocus Hondius en la que se representa un grupo de «Americanos in Brasilia» practicando el canibalismo | Fuente

Según se relata en los diarios de Cristobal Colón recopilados por Bartolomé de las Casas, ya en el primer viaje al Nuevo Mundo los habitantes de las Antillas le hablaron de un grupo rival al que temían por ser muy belicosos y comerse a sus víctimas. A este pueblo los taínos los llamaban cariba. Tanto la palabra Caribe (con la que se denominó posteriormente a la región) como caníbal (que se utiliza para denominar a los animales que se alimentan de miembros de su propia especie) provienen etimológicamente de la misma fuente: un término que significa «osado, audaz» que, por una corrupción del lenguaje, para los taínos significaba «enemigo» y lo utilizaron para referirse a un grupo de habitantes de las Antillas y las costas colombiana y venezolana que estaban en plena expansión.

Colón no parecía creer del todo estos relatos e incluso confesaba la difícil comunicación con los amerindios (ni él los entendía bien ni ellos a él, por lo que habría que preguntarse si realmente le estaban narrando episodios de antropofagia) y más adelante pensó que estos hombres temibles que les atacaban no debían ser otros que los hombres del Gran Can (el emperador mongol), a los que podría encontrar una vez que pisase tierra firme, ya que a la sazón él estaba convencido de haber llegado a la costa asiática:

(…) Caniba no es otra cosa sino la gente del Gran Can, que debe ser aquí muy vecinos; y tendrá navíos y vendrán a cautivarlos, y como no vuelven creen que se los han comido» (1)

Es de suponer entonces que la palabra caníbal, que también aparece en el Diario de a bordo, no es más que una deformación que el propio Colón hace de la palabra original para que cuadre a sus intereses, o tal vez una comprensión errónea debido al desconocimiento del idioma. Por ello Colón es considerado el inventor de esta palabra, y ya que se decía que esos caníbales comían carne humana, enseguida ese término pasó a utilizarse como lo conocemos actualmente.

Es curioso cómo los dos grupos rivales que los primeros colonos encontraron en las Antillas, los caribes y los taínos, dieron lugar con el tiempo a dos concepciones fabulosas y bien diferentes del amerindio: los primeros representando al indio salvaje y brutal, devorador de carne humana, y los segundos asociados a la nobleza, la bondad natural, el «buen salvaje».

El ser humano ha practicado el canibalismo desde nuestros antepasados prehistóricos hasta la actualidad, generalmente en tres vertientes: como práctica alimentaria habitual, como parte de un ritual religioso y como última solución a una situación de hambre extrema. Encontramos ejemplos de este último caso en el holocausto ucraniano durante la Segunda Guerra Mundial o en los supervivientes del accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya en la cordillera de los Andes en 1972.

Desde el primer contacto de Colón son numerosos las crónicas o evidencias forenses que testimonian la existencia de prácticas antropfágicas en todo el continente americano, pero especialmente en América del Sur y América Central. Esto fue utilizado desde el principio para justificar la guerra justa y la colonización de aquellos territorios, como ejemplo del salvajismo de aquellos pueblos (entre otras actividades consideradas herejes y contra natura como los sacrificios humanos o el estilo de vida promiscuo) y reforzar la idea de superioridad del europeo cristiano. El debate sobre la veracidad de este hecho sigue vigente hoy en día, aunque lo que se suele cuestionar es que los indígenas practicasen el canibalismo propiamente dicho, pues como práctica ritual si se acepta mayoritariamente como algo irrefutable. Muchos autores cuestionan los textos de indias y las afirmaciones de Cristóbal Colón, Américo Vespucio, Pedro SimónJuan de Borja, entre otros, que suelen estar basadas en testimonios de terceros sobre sus enemigos (es decir, que nunca llegaron a ver de primera mano a nadie comiendo carne humana).

La mayoría de autores coinciden en que, a pesar de los testimonios de Colón y otros, los caribes no practicaban el canibalismo. El antropólogo Juan César Salas afirmaba en su estudio Los indios caribes. Estudio sobre el origen del mito de la antropofagia (1920) que la mayoría de testimonios donde se acusa a los caribes de antropófagos carecen de validez, al considerar imposible que los españoles pudiesen comprender las lenguas indígenas. También considera que los conquistadores, ya convencidos del canibalismo de los americanos, identificaban carne humana cada vez que presenciaban a un grupo comiendo cualquier tipo de carne. Asimismo, Salas apunta que los propios indígenas contribuyeron a la difusión del mito del canibalismo, para asustar a los españoles o dirigirlos hacia sus enemigos.

Escena de canibalismo en el Códice Magliabechano, folio 73r (siglo XVI)

Escena de canibalismo en el Códice Magliabecchiano, folio 73r (siglo XVI) | Fuente

Sea cierta o no la antropofagia de los caribes, investigaciones recientes (apoyadas en pruebas de ADN realizadas a restos óseos) sí que han encontrado evidencias que confirman la práctica del canibalismo por otros pueblos de América, si bien los autores de estas investigaciones concluyen que es poco probable que estas prácticas fuesen realizadas debido a hambrunas o por pueblos primitivos, ya que se trataba de civilizaciones prósperas y muy avanzadas.

En cualquier caso, durante la primera fase de la conquista se consideró caníbales no sólo a aquellas tribus que lo eran sino también a aquellas más resistentes que combatían a los conquistadores, convirtiéndose en un término despectivo que en muchos casos tenía mas de leyenda difamatoria que de verdad. Así, la acusación de canibalismo se convirtió en argumento de persecución de la misma forma que se utilizó para perseguir a los primeros cristianos durante el Imperio Romano.

Amerindios practicando la antropogagia en una ilustración incluida en el mapa de América (Terra Nova) de la edición de Miguel Servet de la Geographia de Ptolomeo (1541). El atlas se conserva en la Biblioteca del Museo de Valladolid

Amerindios practicando la antropofagia en una ilustración del mapa de América (Terra Nova) de la edición de Miguel Servet de la Geographia de Ptolomeo (1541). El atlas se conserva en la Biblioteca del Museo de Valladolid | Fuente

Caníbales americanos

Son muchos los casos documentados de grupos señalados como antropófagos a lo largo de todo el continente americano. Se dice que en México se celebraban sacrificios humanos para honrar a Huitzilopochtli, el dios de la guerra, seguidos de banquetes donde se comían a sus víctimas. También se le hacían ofrendas a otros dioses, como Quetzalcóatl, dios del viento o Tezcatlipoca Telpochtli, dios del día o del sol.

En su Crónica de la Nueva EspañaFrancisco Cervantes de Salazar recoge la experiencia de Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero, que fueron capturados tras un naufragio por la tribu maya de los cocomes en la península de Yucatán. Cuenta que cuatro de sus compañeros, incluido el capitán, fueron sacrificados, ofrecidos a sus ídolos y posteriormente devorados. Una de las pocas referencias a la cultura maya en lo que a canibalismo se refiere.

En las narraciones de cronistas como Francisco López de Gómara o Bernardo Díaz del Castillo de la conquista de Tenochtitlan liderada por Hernán Cortés también se describen episodios de esta naturaleza, siendo en muchos casos las víctimas los españoles. Totonacas, tlaxcaltecas y cholultecas, entre otros, se incluyen entre las tribus responsables de ello. Incluso se dice que Cortés hablaba e intentaba convencer a estos pueblos de abandonar las prácticas de sacrificios humanos y canibalismo después de ganar las batallas.

Un caso concreto a destacar es el de La Gaitana, una cacica colombiana que en el siglo XVI actuó de forma contundente para vengar la muerte de su hijo (fue quemado vivo por orden de Pedro de Añasco y ella lo presenció), según recoge Pedro Simón en sus Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias occidentales:

(…) Dejando correr con la furia que quisieron los extremos de su enojo y venganza esta vieja, lo primero en que los ejecutó fué, como á otro Mario romano, en sacarle los ojos, para con esto acrecentarle los deseos de la muerte. Horadóle luego ella por su mano por debajo de la lengua y metiéndole por allí una soga y dándole un grueso nudo, lo llevaba tirando de ella, de pueblo en pueblo y de mercado en mercado, haciendo grandes fiestas con el miserable preso, desde el muchacho hasta el más anciano, celebrando todos la victoria, hasta que habiéndosele hinchado el rostro con monstruosidad y desencajadas las quijadas con la fuerza de los tirones, viendo que se iba acercando á la muerte, le comenzaron á cortar, con intervalos de tiempo, las manos y brazos, pies y piernas por sus coyunturas y las partes pudendas; todo lo cual sufría el esforzado Capitán con paciencia cristiana, ofreciendo á Dios su muerte, hasta que le llegó entre medias de tan intolerables angustias, que bien se puede contar con las miserables que hemos dicho de los mayores conquistadores de estas Indias. Muerto este Capitán, hicieron con él lo que con los demás sus compañeros y caballos, que fue cortarles las cabezas y de ellas hacer vasos para beber; desollarles y llenar de ceniza los pellejos de hombres y caballos y colgarles por trofeos á las puertas de Pioanza  y de otros principales, y juntarse, cocida yá la carne, á hacer una gran fiesta y borrachera, celebrando la victoria con bailes y cantos de hombres y mujeres, en que la contaban y como había sido, con todas las particularidades que les parecían mas dignas de memoria» (2)

Célebre es el caso del alemán Hans Staden, narrado por él mismo en la autobiográfica Verdadera historia y descripción de un país de salvajes desnudos (1557), obra que tuvo un gran éxito editorial y consolidó en el Viejo Mundo el estereotipo de las tribus caníbales americanas. En 1553 Staden se empleaba como artillero en un fuerte portugués en Bertioga, Brasil. Cuando un día salió a buscar a un esclavo que había ido a cazar, Staden fue apresado por indios de la tribu tupinambá, quienes lo tomaron por portugués. Fue testigo de varios banquetes caníbales y temía siempre que en el siguiente le tocaría a él.  Tras ganarse la amistad de un jefe local y convencer a los miembros de la tribu de que era francés (entre otras artimañas, como fingir ser curandero o profeta) consiguió aplazar su ejecución. Finalmente fue rescatado por un barco francés tras nueve meses de cautiverio. En su obra (que es en realidad un trabajo de antropología) relata con todo lujo de detalles su experiencia, la geografía del lugar y las costumbres y creencias de los tupinambá. Describe sus festines caníbales como rituales para castigar a sus enemigos:

(…) Esto es considerado por ellos como un gran honor. El que debe matar al prisionero vuelve a coger el palo y dice: «Sí, aquí estoy, quiero matarte, porque los tuyos también mataron a muchos de mis amigos y los devoraron». El otro responde: «cuando esté muerto, aún tengo muchos amigos que seguro me han de vengar». Entonces le descarga un golpe en la nuca, los sesos saltan e inmediatamente las mujeres cogen el cuerpo, lo arrastran hacia el fuego, lo raspan hasta que quede bien blanco y le meten un palito por detrás, para que nada se le escape.

Una vez que ya está desollado, un hombre le coge y le corta las piernas por encima de las rodillas, y también los brazos. Vienen entonces las mujeres, cogen los cuatro pedazos y echan a correr alrededor de las cabañas, haciendo un gran escándalo.

Después le abren los costados, separan el espaldar de la parte delantera y lo reparten; pero las mujeres guardan los intestinos, los hierven, y del caldo hacen una sopa que se llama Mingau, que se beben ellas y los niños.

Se comen los intestinos y también la carne de la cabeza; los sesos, la lengua y todo lo demás son para las criaturas. Cuando todo está acabado, cada uno vuelve a su casa y lleva su parte consigo. El que ha matado gana otro nombre, y el rey de las cabañas le marca el brazo con el diente de un animal feroz. Cuando cura, se le ve la marca, y esto es la honra que tiene.

Después, ese mismo día, tiene que quedarse acostado en su red; le dan un pequeño arco con una flecha para pasar el tiempo disparando a un blanco de cera. Esto se hace para que los brazos no se le queden temblores del susto de haber matado.

Esto así yo lo vi y presencié» (3)

Uno de los grabados originales de la primera edición alemana de la Verdadera historia, donde aparecen los tupinambá en pleno banquete. Staden es el hombre con barba a la derecha bajo las siglas "H+S"

Uno de los grabados originales de la primera edición alemana de la Verdadera historia, en el que aparecen los tupinambá en pleno banquete. Staden es el hombre con barba a la derecha bajo las siglas «H+S» | Fuente

En América del Norte, aunque menos numerosos, también existen los pueblos indígenas considerados caníbales. David Scheimann, en un texto para la Universidad de Ohio, señala entre ellos a los hurones, neutrales, algonquinos y especialmente a los iroqueses, a los que considera la tribu norteamericana más sanguinaria del siglo XVII.

Caníbales europeos

También existen casos documentados de conquistadores antropófagos en América en casos de supervivencia extrema, al no estar adaptados al medio y, en ocasiones, encontrarse perdidos y sin recursos en tierra hostil. Según Juan César Salas, sucedió en más ocasiones de las que uno se esperaría:

(…) las muertes, robos y salteamientos de esclavos en Paria, Maracapana y Carúpano, como en la costa de Chichirivichi, habían convencido a los indios de que en vez de ojaguas -hijos del Sol-, debían considerar a los rostros pálidos como ochíes -tigres carniceros-, como lo eran realmente quienes de tal manera se conducían. No es esto mera fantasía literaria, pues realmente creían que los españoles comían gente y en realidad la comieron los de Turey… en todas las expediciones donde no hubo sementeras y labranzas indígenas que destrozar ni tallos de bihao (heliconia) con que acallar el hambre, como pude verse en la relación de las entradas de Pánfilo Narváez, según relación de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, en las de Spira, Tolosa, Alfinger y otras; como lo consignan Oviedo y Valdés, Castellanos, Simón y demás cronistas de la Conquista, y la declaración juramentada que se tomó al soldado Francisco Martín, el único superviviente de la expedición de Bascona, que con sesenta mil pesos de oro, se perdió en las selvas del Zulia que rodean el lago de Maracaibo…» (4)

Aunque todos los ejemplos aportados por Salas en la cita anterior son españoles, no fueron los únicos. En verano de 2012 se hallaron evidencias arqueológicas que apuntan la posibilidad de que en Jamestown, el primer asentamiento británico en EEUU, los primeros colonos recurrieron al canibalismo al padecer una larga hambruna. Desde su llegada en en 1607 hasta 1610, los británicos sobrevivieron a duras penas; las provisiones les llegaban con retraso y cada vez venían más colonos al lugar para reemplazar a los que iban muriendo. Además, sus expediciones para cazar y recolectar alimentos terminaban con frecuencia masacradas a manos de los nativos. Su situación empeoró aún más tras una temporada de malas cosechas y para 1610 sólo habían sobrevivido 65 de unos 500 colonos que había establecidos. Los conquistadores se alimentaron con animales (caballos, perros, gatos o serpientes) y con las pieles que vestían antes de sucumbir a la antropofagia y devorar a los que habían muerto. Las conclusiones presentadas por investigadores del Museo Nacional de Historia Natural del Instituto Smithsonian de Washington indican que los restos analizados pertenecen a una chica de 14 años que fue desmembrada y cuyo cráneo presenta cortes realizados post mortem para extraer el cerebro. Para los responsables de esta investigación, este hallazgo viene a confirmar algo que ya sospechaban.

Citas

1 COLÓN, Cristóbal. Diario de a bordo. Edición de Luis Arranz. Madrid: Edaf, 2006, p. 166.
2 SIMÓN, Pedro. Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias occidentales. Bogotá: Casa Editorial de Medarno Rivas, 1892, vol. 4, p. 143. Disponible aquí.
3 STADEN, Hans. Verdadera historia y descripción de un país de salvajes desnudos. Barcelona: Argos Vergara, 1983, pp. 216-219.
4 SALAS, Juan César. Los indios caribes. Estudio sobre el origen del mito de la antropofagia. Madrid: Editorial América, 1920, pp. 66-67.

Fuentes

CHICANGANA-BAYONA, Yobenj Aucardo. El nacimiento del Caníbal: un debate conceptual. Historia Crítica. 2008, nº 36, pp. 150-153. Disponible aquí.
FRANCO, Francisco. El ‘otro’ como caníbal. Un acercamiento a los indios Caribes. Estudio sobre el origen del mito de la antropofagia de Julio César Salas. Fermentum. Revista Venezolana de Sociología y Antropología. 2008, nº 51, pp. 36-59. Disponible aquí.
GONZÁLEZ RUIZ, Felipe. La antropofagia en los indios del Continente americano. Revista de las Españas. 1932, nº 75-76, pp. 545-548. Disponible aquí.
REDING BLASE, Sofía. Cristóbal Colón y el Caribe: oro y desnudez. En-claves de pensamiento. 2012, nº 11, pp. 27-44. Disponible aquí.

Bartolomé de las Casas y la destrucción de las Indias

Retrato de Bartolomé de las Casas realizado por los hermanos José y Vicente López de Eguídanos para la colección Retratos de los españoles ilustres (1801).

Retrato de Bartolomé de las Casas  para la colección Retratos de los españoles ilustres. Grabado de Tomás López Enguídanos por dibujo de José López Enguídanos (1801) | Fuente

Bartolomé de las Casas nació en 1484 (1) en Sevilla. Fue presbítero, fraile dominico, obispo de Chiapas, cronista, teólogo, antropólogo, etnógrafo, y algunas cosas más. Pero, por encima de todo, fue uno de los mayores exponentes de la defensa de los nativos americanos y de la crítica contra la política de colonización europea durante la primera mitad del siglo XVI (los primeros 50-60 años de la conquista). Aunque no el único ni el primero, ha pasado a la historia como el más notorio.

De las Casas no siempre tuvo esta postura ideológica, sino que su pensamiento experimentó un arco de transformación en su juventud. Su padre, que fue integrante de la segunda expedición colombina, le regaló a su vuelta en 1499 un esclavo indio, con el que desarrolló una estrecha amistad que no duraría demasiado, pues en 1500 la reina Isabel ordenó la repatriación de todos los indios traídos a España. En sus primeros años en el continente (llegó en 1502) le fueron otorgadas varias encomiendas en distintos territorios. Como él mismo reconoció, disfrutó explotando a sus esclavos en diferentes trabajos para obtener beneficios económicos. Incluso, siendo ya sacerdote, en 1511 llegó a hacer una defensa de la encomienda frente a otros dominicos. Entre ellos, Antonio de Montesinos, el gran pionero en la lucha por la dignidad de los indios, que se convertiría mas tarde en una de sus grandes influencias. Ese mismo año, Montesinos dio su famoso sermón de adviento, la primera protesta en el Nuevo Mundo de un religioso contra los colonos, y sus denuncias auspiciaron la promulgación de las Leyes de Burgos en 1512. La influencia de indigenistas como Montesinos, y especialmente el presenciar de primera mano diversos maltratos y atrocidades, pusieron en marcha la toma de conciencia de de las Casas. Su conversión se hizo definitiva en 1514, cuando dio su propio discurso sobre la vida diaria de los indios criticando a los encomenderos. Renunció a sus encomiendas y comenzó su lucha burocrática por cambiar las cosas, denunciando lo que consideraba un sistema erróneo e inmoral y proponiendo herramientas para el cambio, a través de sus escritos y especialmente de los debates intelectuales en los que participaba. Su discurso teórico tenía claras influencias de, entre otros, la Utopía de Tomás Moro, y las nociones de Tomás de Aquino sobre el derecho natural le sirven como base para su polémica tesis en la que cuestiona la autoridad del Papa para conceder el derecho de conquista a los príncipes cristianos. En 1516 fue nombrado procurador de los indios. Sus principales objetivos eran la defensa de los indios como seres humanos con igualdad de derechos y la crítica a la política colonizadora que se había seguido desde el descubrimiento hasta entonces, con la encomienda como principal institución a destruir.

Las encomiendas eran el reparto de un determinado número de indios a cada conquistador con el fin de ser cristianizados y el privilegio de explotarlos en el trabajo, lo que venía a ser el reconocimiento legal de la esclavitud, aunque teóricamente debieran obtener una remuneración por su trabajo. Para el fraile sevillano las encomiendas fueron perdiendo su objetivo evangelizador y degeneraron en esclavitud pura y dura, en la posesión por parte del encomendero de la vida de sus esclavos para hacer con ellas lo que se le antojara. Esto propició que surgiese un debate que enfrentaba a dos bandos bien diferenciados: el de los conquistadores, con una postura conservadora, defensores de la explotación y la esclavitud, y el de los indigenistas, que proponían la abolición de la encomienda y otros privilegios y presentaban un modelo de colonización pacífica que respetase los derechos naturales de los indios.

La toma de consciencia de Bartolomé de Las Casas, oyendo el sermón de Fray Antonio de Montesinos. Obra de Francis de Blas, en el convento de San Estebán (Salamanca) | Fuente

Retrato imaginario de la toma de conciencia de Bartolomé de las Casas oyendo el sermón de Antonio de Montesinos. La obra de Francis de Blas, realizada con motivo del V centenario de dicho sermón, fue presentada en el convento dominico de San Esteban (Salamanca) en 2011 | Fuente

De las Casas propuso una moderación de la encomienda, primero, y su abolición, después. En 1542 consiguió que sus ideas fuesen aprobadas con la promulgación de las Leyes nuevas, en las que se prohibía crear nuevas encomiendas y se declaraban a extinguir las ya existentes tras la muerte de sus propietarios (no pudiendo ser heredadas). A pesar de este aparente triunfo de de las Casas y sus partidarios, la aprobación de las Leyes nuevas (y todos los decretos complementarios con los que fueron ampliadas posteriormente) no sirvieron para mucho, pues en la práctica no eran cumplidas por casi nadie en suelo americano.

Es decir, desde los Reyes Católicos hasta Felipe II la verdadera ley era la de un numeroso grupo particular de conquistadores que, por lo que contribuían a la riqueza del Estado español, era casi imposible de frenar. La repatriación de los indios ordenada por Isabel I, que desde el principio simpatizó con los americanos considerándolos seres iguales y ciudadanos españoles, refleja en parte los problemas de la política colonizadora desde su inicio: si bien los reyes católicos son defensores de los indios y toman medidas como ésta, su autoridad sobre el continente es sólo virtual, pues los conquistadores aplican sus propias reglas en base a sus intereses privados.

Durante las primeras décadas de la conquista, sobre el terreno, la tendencia siempre fue la misma: los colonos actuaron siguiendo el principio de guerra justa, según el cual la conquista estaba legitimada por la autoridad cristiana y monárquica, considerando además que su derecho a hacerlo era refrendado por ser aquellos pueblos salvajes y paganos; en definitiva, inferiores al hombre blanco europeo. Otro ejemplo de medidas de autoridad sin éxito lo encontramos en el Requerimiento, medida aprobada por Fernando el Católico ante las denuncias sobre las tropelías que se están cometiendo bajo el amparo de las encomiendas, que consistía en un texto que había que leer a los indios para que admitiesen ser súbditos del rey de España. Si se negaban, quedaba permitido obligarlos por las armas. Esta medida no cambió nada, ya que según de las Casas la mayor parte de las veces se leía a varios kilómetros de distancia y mientras los interesados dormían.

Aunque quizás el problema fuese que no interesaba modificar demasiado lo que ya se había establecido durante medio siglo y, por mucho que se redactasen todo tipo de leyes y documentos aprobados por la máxima autoridad, en realidad se miraba para otro lado. Sin ir más lejos, Carlos I, que escuchaba a de las Casas y coincidía con él en numerosos aspectos, siempre estuvo más centrado en otros problemas de su imperio (como las guerras contra Francisco I de Francia) y delegaba los asuntos de Indias en todo tipo de intermediarios, especialmente el Consejo de Indias, del cual un gran número de sus integrantes eran corruptos, como se demostró en la inspección de 1542 auspiciada por el propio de las Casas. En cualquier caso, en 1547 el emperador derogó aquellas Leyes nuevas que prohibían la concesión de nuevas encomiendas. En 1555 de las Casas volvería a denunciar el aumento del número de encomiendas ante el nuevo rey, Felipe II.

Este fracaso general en la lucha revolucionaria de Bartolomé de las Casas y los que formaban parte de su corriente de pensamiento llevó al clérigo a la depresión en varias ocasiones. Abandonó progresivamente su lucha activa en el continente americano para centrarse más en el estudio de las leyes y en su creación literaria en España, donde consideraba que su trabajo sería más efectivo. Murió en 1566 en Madrid, dejando escrito en su testamento que su herencia fuese repartida entre los indios de tres conventos americanos.

Retrato de Juan Ginés de Sepúlveda para la colección Retratos de los españoles ilustres (1801) Grabado de Juan Barcelón por dibujo de José Maea.

Retrato de Juan Ginés de Sepúlveda para la colección Retratos de los españoles ilustres. Grabado de Juan Barcelón por dibujo de José Maea (1796) | Fuente

De las Casas vs. Sepúlveda

Durante su vida, de las Casas se enfrentó a numerosos oponentes, en su mayor parte miembros de la Iglesia como él pero de ideología diametralmente opuesta. El obispo Juan Rodríguez de Fonseca en una primera etapa y el sacerdote Juan Ginés de Sepúlveda en los últimos años son los dos casos más representativos. De hecho, fue su épico enfrentamiento con este último lo que supondría la gran derrota final para de las Casas, la constatación de que la maquinaria oficial era imparable

A instancias del padre de las Casas, en 1550 Carlos I convocó una junta especial para debatir si la conquista de América era una guerra lícita. Formaron parte de la junta dos miembros del Consejo de Indias, un franciscano y tres frailes dominicos, además de los dos principales protagonistas. La capilla del convento de San Gregorio (Valladolid) fue el escenario de las dos sesiones del debate, que se centró principalmente en las diferentes concepciones del indio como ser humano. Sepúlveda defendió el derecho a la conquista por diferentes razones: los indios son salvajes y bárbaros; sus creencias paganas y sus prácticas habituales como el canibalismo o los sacrificios humanos; la esclavitud hace más fácil su evangelización y conversión.

En abril de 1551 tuvieron lugar la segunda sesión del debate y el juicio, en el que los miembros de la junta votaron a Sepúlveda en mayoría.

La vida de este autor estuvo, de hecho, llena de victorias de sus enemigos. Si bien fue consejero de los máximos gobernantes (el Cardenal Cisneros, Carlos I, Felipe II) y asesor del Consejo de Indias, y aunque sus denuncias y propuestas fueron escuchadas tanto por la autoridad civil como por la eclesiástica (se publicaron varias bulas papales al respecto), realmente sus ideas no tuvieron un alcance práctico. En ocasiones se le intentó alejar de los círculos de poder; la aplicación de sus propuestas legales fue boicoteada, algunos de sus textos fueron secuestrados y se enfrentó a todo tipo de trampas legales, recursos, informes negativos y dilaciones administrativas intencionadas.

La Brevísima relación de la destrucción de las Indias

Aunque no es considerada su mejor obra, si es la más conocida y la que más impacto ha tenido desde su publicación. La obra fue escrita entre 1541 y 1542 como un informe para informar a la corona de la brutalidad sistemática de los conquistadores, pero no fue publicada ya que al ser aprobadas las Leyes nuevas el autor debió pensar que la situación cambiaría y no era necesaria la polémica que un libro así podría suscitar. Sin embargo, decidió publicarlas en 1552 considerando que su contenido seguía siendo igual de necesario ante la nula efectividad de la nueva legislación. De las casas afirma en el prólogo (dirigido al entonces príncipe Felipe II) que todo lo que narra en su obra no es responsabilidad del rey, pues desconoce la gravedad y magnitud de lo que sucede y confía que, en cuanto sepa del mal que otros ejercen en su reino, lo detendrá de forma ejemplar, por su «innata y natural virtud». Es curioso que incluyese estas palabras en la versión impresa en 1552, teniendo en cuanta que Carlos I ya había leído años antes una versión anterior. El autor también confirma que el príncipe había recibido con anterioridad una copia, pero vuelve a enviársela considerando que «puede haber sido que, o Vuestra Alteza no las leyó o que ya olvidadas las tiene».

En la Brevísima relación prima el contenido sobre la forma literaria y el rigor científico. El autor utiliza un estilo gráfico, duro y sin concesiones para describir multitud de vejaciones, torturas y asesinatos sufridos por los nativos. De las Casas comete numerosas imprecisiones, vaguedades y generalidades en su afán de denuncia, algo de lo que se le suele acusar en toda su obra, por lo que la veracidad de los sucesos narrados ha sido seriamente cuestionada. Muchos de los episodios los cuenta de oídas y en general oculta el nombre de casi todos los responsables. Muchos han considerado que el autor era demagógico, exagerado y parcial en su método, especialmente maniqueo en esta obra al presentar una imagen idealizada de los indios (bondadosos, sinceros, honrados y fieles por naturaleza) y una terrible de los españoles, lo que legitimaba a los primeros a defenderse de forma hostil ante los invasores. En cualquier caso, esta era la visión sincera que el padre de las Casas tenía de los indios. Una visión anti-clasista ya que los consideraba seres humanos como cualquier otro, pues aun siendo descendientes de campesinos les atribuía la misma dignidad que a cualquier rico europeo.

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Grabado de Theodor de Bry que ilustraba algunas traducciones de la Brevísima relación de los siglos XVI y XVII | Fuente

Esta obra es considerada casi como la Biblia de los detractores de España, los que originaron la llamada leyenda negra, que no eran otros que los diversos enemigos de España, incluyendo al resto de potencias europeas que también participaron de la conquista del Nuevo Mundo. Era inevitable que un imperio como el de Carlos I tuviera todo tipo de enemigos y que no sólo actuasen con las armas sino también a través de un aparato propagandístico a modo de guerra fría. Por ello, de las Casas fue considerado por muchos de sus congéneres como anti-español y traidor. Si bien el contenido de esta obra fue tergiversado y usado de forma interesada, no es menos cierto que la obra, como tal, no se puede considerar historiográfica, ni seguramente fue esa la intención de su autor. Pero sigue siendo efectiva como alegato de denuncia, pues, si bien está plagada de omisiones, imprecisiones y tal vez invenciones, es totalmente cierto que esos sucesos u otros similares ocurrieron en aquellas tierras, cometidos y sufridos por el mismo tipo de personajes, y que la despoblación de las tierras por donde pasaban los conquistadores sucedió (aunque fue mucho mayor el número de víctimas por pandemias que por la guerra y la esclavitud).

Lo que muy hábilmente hicieron los artífices de la leyenda negra fue utilizar esta obra como el ABC de la tiranía española y eclesiástica. Como apuntaba el historiador Ramón Menéndez Pidal en su estudio crítico del autor: «Este es el hecho capital en la exaltación póstuma de Las Casas. Cuando en España el Obispo tras su larga vejez de inefica­cia, había caído en un respetuoso olvido, en el ex­tranjero los bucaneros y los filibusteros que ambicionaban las riquezas de América, los holandeses que luchaban por su independencia, y todos los combatientes frente a la contrarreforma católica, levantaron sobre sus hombros al «Reverendo Obis­po Don Fray Bartolomé de Las Casas o Casaus» y le dieron una internacional fama de difamación que no tiene otra igual en la historia. La ansiosa ape­tencia de publicidad que aquejaba al Obispo-fraile podía estar satisfecha» (2). La Brevísima relación ha seguido usándose históricamente como instrumento de propaganda anti-española, anti-eclesiástica o anti-colonizadora, cuenta el sacerdote argentino Javier Olivera Ravasi en su blog Que no te la cuenten: «Primero los flamencos en 1579, y luego los hugonotes ginebrinos, los italianos, los catalanes separatistas, los fran­ceses, los norteamericanos cuando la guerra de Cu­ba, los nazis alemanes para perseguir al cristianismo y los stalinistas rusos y socialistas mexicanos, han reeditado una y mil veces sus hispanófobas obras».

Tal vez el mayor error de de las Casas fue centrar su crítica en describir lo ocurrido en territorios bajo dominio español en lugar de dirigirla a todos los colonizadores europeos. Que, como se sabe, cometieron tantas injusticias y barbaridades como los españoles, por no decir mayores (3). Así como englobar a todos los conquistadores españoles cuando describe los actos de crueldad puntuales (aunque numerosos) de unos cuantos. Y para ello no dudó en adjudicar a estos la responsabilidad absoluta del diezmo masivo de los pueblos originarios, que si bien es algo innegable, también es sabido que la gran mayoría de víctimas se debieron a las pandemias introducidas en el continente por los europeos, en una proporción mucho mayor que las causadas por la guerra o la esclavitud.

En cualquier caso, de las Casas siempre ha tenido este y otros estigmas condicionando la percepción que se tiene de él. También ha sido acusado de hipócrita, por dedicar tantos esfuerzos en defensa del indio americano y sin embargo no tener la misma consideración para los esclavos africanos. Es, sin duda, la principal arma arrojadiza de sus detractores. Desde los primeros tiempos de la conquista, en 1500, se inició la trata de negros africanos considerados por la sociedad europea de la época tan inferiores como los indios, siguiendo la clasificación aristotélica que se aplicaba entonces para poner los derechos y dignidad de unas razas y clases por encima de otras. En algunos memoriales de las Casas propone potenciar el uso de esclavos negros por parte de los colonos para minimizar las consecuencias sobre los indios. Si bien después de aquello también cambió de parecer y censuró la esclavitud de los africanos, lo hizo de forma mucho más discreta que su defensa de los americanos.

De las Casas también fue acusado por varios religiosos de hacer una labor evangelizadora más bien escasa y centrarse en sus utópicos debates sobre los indios desde el campo teórico sin implicarse en la práctica, viviendo cómodamente de lo que él mismo consideraba dinero sucio. De las críticas a este autor, el ejemplo más notable y reciente en el tiempo es el antes citado Menéndez Pidal, quien consideraba al sacerdote sevillano un paranoico con problemas de esquizofrenia. Afortunadamente, entre la exaltación y la crítica destructiva, en la actualidad proliferan interpretaciones más pragmáticas y objetivas sobre su vida y obra.

Estas metamorfosis de Bartolomé de las Casas, primero en su consideración hacia los americanos y luego hacia los africanos, aunque desde nuestra perspectiva del siglo XXI son evidentemente parciales, debemos tratar de interpretarlas teniendo en cuenta la mentalidad del siglo XVI, concretamente la de un representante religioso al servicio del Estado. Y, con todas sus limitaciones, la evolución personal del autor y de cuantos compartieron su lucha junto a él resulta tremendamente moderna y adelantada a su tiempo. No en vano, algunos ven en él uno de los precursores del derecho internacional moderno. Y, aunque durante su vida fracasó en su empresa, la visión y propuestas de los indigenistas como él son un acto de gran trascendencia en la lucha por la justicia y la rebelión contra los estamentos establecidos. En palabras del historiador Hugh Thomas, «debemos reconocer que este debate fue único en la historia de los imperios. ¿Inspiraron Roma, Atenas o Macedonia semejante debate acerca de sus conquistas?. ¿Lo inspiraron Francia o Rusia?. ¿Hubiese optado la Corona británica por organizar tan docto debate en Oxford para especular sobre si era jurídicamente justa la guerra contra los ashanti o los afganos?. La sola idea resulta risible» (4).

 Viggo Mortensen lee un fragmento de la Brevísima relación, primero en español y luego en inglés, el 5 de octubre de 2005, en el Japanese American Cultural and Community Center, en Los Angeles, California.

Fragmentos de la película También la lluvia (Icíar Bollaín, 2010), donde los protagonistas debaten sobre la figura de Bartolomé de las Casas.


Notas

1 Aunque entre los historiadores no existe consenso sobre su fecha de nacimiento, esta suele ser la más aceptada.
2 MENÉNDEZ PIDAL, Ramón. El Padre Las Casas. Su doble personalidad. Madrid: Real Academia de la Historia, 2013, p. 323.
3 Diversos estudios sobre este asunto suelen concluir que, en realidad, los conquistadores españoles hicieron un tipo de colonización menos inquisitiva que el resto de europeos, practicando más el mestizaje y tolerando más sus costumbres y cultura, permitiendo además un número mayor de indios y negros libres que el del resto de potencias europeas. Lo cierto es que los actuales países latinoamericanos con pasado español conservan más elementos culturales y étnicos de sus raices ancestrales que muchos otros.
THOMAS, Hugh. El imperio español: de Colón a Magañanes. Barcelona: Planeta, 2003, pp. 350-351.


Fuentes

DE LAS CASAS, Bartolomé. Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Edición, introducción y notas de José María Reyes Cano. Barcelona: Planeta, 1994.

La leyenda del piloto anónimo

El desembarco de Colón, obra de Albert Bierstadt (1987)

El desembarco de Colón, obra de Albert Bierstadt (1987) | Fuente

La figura de Cristóbal Colón sigue siendo un enigma, algo a lo que él mismo contribuyó. Además de los interrogantes sobre su persona, son muchas las cuestiones sin resolver sobre el descubrimiento de América y la información que el almirante pudiera tener sobre las tierras en las que desembarcó. ¿Sabía Colón hacia dónde se dirigía? ¿Conocía lo que allí se iba a encontrar?

Muchos piensan que sí. En las Capitulaciones del Almirante don Cristóbal Colón (más conocidas como Capitulaciones de Santa Fe), firmadas por los Reyes Católicos meses antes de que tuviese lugar la primera expedición colombina en 1492, se habla en el primer párrafo de «lo que ha descubierto en las mares Océanas y del viaje que ahora, con la ayuda de Dios, ha de hacer por ellas en servicio de vuestras altezas» (1). Esa afirmación y las enormes concesiones políticas y económicas prometidas a Colón (que contrastan con la política autoritaria de su reinado) sugieren que tenían expectativas de un éxito asegurado.

Los interrogantes sobre Colón, sus motivaciones y la información que poseía para realizar su odisea ya fueron formulados por sus contemporáneos. Bartolomé de las Casas, uno de los cronistas más relevantes en la historiografía de la conquista, escribía en el primer volumen de su Historia de las indias (obra terminada en 1561 pero publicada por primera vez en 1875): «[…] según tengo entendido, que cuando determinó encontrar un príncipe cristiano que le ayudase e hiciese espaldas, ya él tenía certidumbre que habría de descubrir tierras y gentes en ellas, como si en ellas personalmente hubiese estado (de lo cual cierto yo no dudo)» (2). Para el cronista está claro que Colón tenía certezas sobre las indias que no compartió y que cuando propuso su empresa lo hizo «dando razones y autoridades para que lo tuviesen por posible, pero callando las más urgentes» (3).

Hernando Colón escribió sobre las razones que motivaron a su padre al descubrimiento de las indias en su obra póstuma Historia del Almirante Don Cristóbal Colón (la había escrito antes de morir en 1539 y no fue publicada hasta 1571). Bartolomé de las Casas tuvo acceso a su contenido mientras permanecían inéditas y lo utilizó para su Histoira de las indias, que paradójicamente terminó siendo publicada después. Esas razones eran, principalmente: el conocimiento de la esfericidad del planeta y la unicidad del océano y, por tanto, la posibilidad de navegar desde la costa europea hasta el extremo oriental, interpretando la cosmografía de autores como Pierre d’AillyMarino de Tiro, Ptolomeo Alfagrano (quien creía que el tamaño del planeta era menor que otros autores), así como la obra de Aristóteles, Herodoto, Plinio o Marco Polo, y especialmente, las distancias establecidas por Toscanelli.

Además, Colón tuvo otros indicios para diseñar su proyecto, en palabras de su hijo:

La tercera y última causa que movió al Almirante al descubrimiento de las Indias fué la esperanza que tenía de encontrar, antes que llegase a aquéllas, alguna isla o tierra de gran utilidad, desde la que pudiera continuar su principal intento […] Siendo esto así, argumentaba que entre el fin de España y los términos de la India conocidos entonces, había muchas islas y tierras, como la experiencia ha demostrado. A lo que daba más fácilmente crédito, movido por algunas fábulas y novelas que oía contar a diversas personas y a marineros que traficaban en las islas y los mares occidentales de los Azores y de la Madera. Noticias que, por cuadrar algo a su propósito, las retenía en su memoria» (4).

Tanto Hernando Colón como Bartolomé de las Casas recogen estas novelas: los testimonios que el almirante había escuchado sobre la aparición en alta mar y en las playas portuguesas de maderas labradas y cañas muy anchas no conocidas en Europa ni en África, que podrían venir arrastradas por el viento y el mar desde alguna isla desconocida, y que el mismo Rey de Portugal se las mandó mostrar; la aparición en las Isla de las Flores de dos cadáveres «que parecían tener las caras muy anchas y de otro gesto que tienen los cristianos» (5), así como algunas canoas en las costas de las Azores.

Y también lo relatado por navegantes y pescadores que aseguraban haber visto tierras durante sus travesías por el Atlántico, aunque ninguno llegó a desembarcar en ellas debido a las condiciones atmosféricas. Algunos de estos testimonios identifican las tierras vislumbradas con islas fantasma y territorios mitológicos, que incluso aparecían recogidos en mapas de la época, como Antilla, la Isla de las Siete Ciudades, y el propio Hernando Colón habla de la isla Bacallaos. Más tarde, también Cristóbal Colón esperaría encontrar parajes legendarios en su empresa, seducido por las narraciones bíblicas y los relatos de Marco Polo sobre regiones de ensueño abundantes en oro.

A lo largo del tiempo han surgido varias teorías sobre la información que Colón pudo manejar y muchas todavía son material de debate. Algunas hablan de información privilegiada, de datos mucho más precisos que los que pudo obtener de los navegantes según las narraciones referidas por Hernando Colón y Bartolomé de las Casas. Dentro de los relatos no oficiales uno de ellos resulta especialmente interesante, como demuestra el hecho de que los principales cronistas e historiadores hayan pasado por él, ya sea para verificarlo, desmentirlo o simplemente dejar constancia de su existencia. Hablamos de la teoría del piloto anónimo, también calificado como prenauta o protonauta, surgida casi desde los primeros tiempos de la conquista.

La leyenda cuenta que un barco comercial que navegaba hacia Madeira se vio envuelto en una tormenta que lo lanzó a la deriva durante días hasta que finalmente lo arrastró a tierra. La tripulación desembarcó en una isla desconocida y habitada. Cuando se calmó el temporal, tras recoger leña y agua, emprendieron el viaje de regreso, calculando de forma aproximada la ruta que habían seguido hasta allí. En el camino de vuelta se vieron inmersos en otra tempestad y naufragaron durante meses, transcurso en el que enfermaron y se quedaron sin provisiones. Murieron casi todos los tripulantes. La embarcación llegó hasta Maderia, donde los pocos supervivientes fueron acogidos por Colón en su propia casa. Fueron muriendo poco a poco pero el piloto de la nave, antes de perecer, le contó a su anfitrión el relato de su viaje, dándole datos precisos y documentos con información que habían anotado sobre las tierras descubiertas, incluyendo distancias marítimas para llegar allí, vientos y corrientes.

Esta es, a grandes rasgos, la leyenda del piloto que dio a Colón una información privilegiada gracias a la cual pudo conseguir sus objetivos. Pero los detalles de la historia varían según el cronista; como la nacionalidad del piloto, el lugar de partida de la nave, así como el lugar de destino, la cantidad de tripulantes y el tiempo que pasaron en la isla. En unas versiones el piloto dio la información a Colón como agradecimiento por su hospitalidad y cuidados, en otras ya se conocían anteriormente y le se la dio a él sabiendo que le serían de interés y que tenía los conocimientos para aprovecharla.

Estatua de Alonso Sánchez en Huelva. Fotografía de Juan Carlos Bueno Camacho | Fuente

Estatua de Alonso Sánchez en Huelva. Fotografía de Juan Carlos Bueno Camacho | Fuente

Aunque no son los únicos historiadores de su tiempo que recogieron esta historia, todas las narraciones posteriores beben principalmente de lo que escribieron Gonzalo Fernández de Oviedo, Francisco López de Gómara y Bartolomé de las Casas, y ya las versiones de éstos difieren entre sí, puesto que la recogieron de la tradición oral y cada uno de ellos escuchó todo tipo de comentarios.

González de Oviedo, que fue quien puso por primera vez esta historia por escrito en su Historia general y natural de las indias (1535), reflexiona sobre ello:

Unos dicen que este maestre o piloto era andaluz; otros le hacen portugués; otros, vizcaíno; otros dicen quel Colón estaba entonces en la isla de la Madera, y otros quieren decir que en las de Cabo Verde, y que allí aportó la carabela que he dicho, y él hobo, por esta forma, noticia de esta tierra.

Que esto pasase así o no, ninguno con verdad lo puede afirmar; pero aquesta novela así anda por el mundo, entre la vulgar gente, de la manera que es dicho. Para mí, yo le tengo por falso, y, como dice el Augustino: Melius est dubitare de ocultis, quam litigare de incertis. Mejor es dudar en lo que no sabemos que porfiar lo que no está determinado» (6)

López de Gómara revisitó el relato del prenauta años después en su Historia general de las indias (1952), donde también se refiere a la variedad de versiones, pero él si que cree la historia del piloto:

He aquí cómo se descubrieron las Indias por desdicha de quien primero las vió, pues acabó la vida sin gozar de ellas y sin dejar, o a lo menos sin recordar, cómo se llamaban, ni de dónde eran, ni qué año las halló. Aunque no fue culpa suya, sino malicia de otros o envidia de la que llaman fortuna. Y no me maravillo de las historias antiguas, que cuenten hechos grandísimos por pequeños y oscuros principios, pues no sabemos quién de poco tiempo acá halló las Indias, que tan señalada y nueva cosa es. Quedáranos siquiera el nombre de aquel piloto, ya que todo lo demás con la muerte fenece. Unos hacen andaluz a este piloto, que comerciaba en Canarias y en Madera cuando le aconteció aquella larga y mortal navegación; otros vizcaíno, que contrataba en Inglaterra y Francia; y otros portugués, que iba o venía de la Mina o India, lo cual cuadra mucho con el nombre que tomaron y tienen aquellas nuevas tierras. También hay quien diga que arribó la carabela a Portugal, y quien diga que a Madera, o a otra de las islas de los Azores; empero, ninguno afirma nada. Solamente concuerdan todos en que falleció aquel piloto en casa de Cristóbal Colón, en cuyo poder quedaron las escrituras de la carabela y la relación de todo aquel largo viaje, con la marca y altura de las tierras nuevamente vistas y halladas» (7)

De las Casas, en la obra antes citada, también pondera la autenticidad de la historia:

Esto es lo que se dijo y tuvo por opinión y lo que entre nosotros, los de aquel tiempo y en aquellos días comúnmente, como ya dije, se platicaba y tenía por cierto, y lo que diz que eficazmente movió como a cosa no dudosa a Cristóbal Colón. Pero en la verdad, como tantos y tales argumentos y testimonios y razones naturales hubiese, como arriba hemos referido, que le pudieron con eficacia mover, y mucho menos de los dichos fuesen bastantes, bien podemos pasar por esto y creerlo o dejarlo de creer, puesto que pudo ser que nuestro Señor lo uno y lo otro le trajese a las manos, como para efectuar obra tan soberana que, por medio dél, con la rectísima y eficacísima voluntad de su beneplácito determinaba hacer. Esto, al menos, me parece que sin alguna duda podemos creer: que, o por esta ocasión, o por las otras, o por parte dellas, o por todas juntas, cuando él se determinó, tan cierto iba de descubrir lo que descubrió y hallar lo que halló, como si dentro de una cámara, con su propia llave lo tuviera» (8)

Es decir, de las Casas está convencido de que Colón sabía con exactitud hacia dónde se dirigía y qué iba a encontrar allí, más allá de que esta leyenda sea cierta. Para él tiene perfecto sentido que Colón dispusiese de esta información sobre la existencia de tierras desconocidas, en su opinión sería una más de las muchas pistas que Dios puso en el camino del almirante para que lograse su hazaña. Recordemos que a de las Casas no le resulta descabellada la posibilidad de que Colón hubiese contactado con el continente antes de descubrirlo oficialmente. En su opinión, el origen de la leyenda «derivaría de alguno o de algunos que lo supiesen o por ventura de quien de la boca del mismo Almirante o en todo o en parte de alguna palabra se lo oyese» (9). Y, en sus palabras, la teoría del prenauta explicaría por qué «los indios vecinos de aquella isla tenían reciente memoria de haber llegado a esta isla Española, otros hombres blancos y barbados como nosotros, antes que nosotros no muchos años» (10).

Fue mucho tiempo después, en 1609, cuando el Inca Garcilaso de la Vega aporta a la leyenda localizaciones concretas, nombres y apellidos. En sus Comentarios reales de los Incas identifica al piloto como Alonso Sánchez, natural de Huelva, y sitúa su decisivo encuentro con Colón en torno a 1484, asegurando que esto se lo había contado su padre y los contemporáneos de éste, quienes se habían relacionado con los primeros conquistadores. A partir de entonces los historiadores posteriores acuñaron esta información a la leyenda, por más que, como del resto de ella, no existiese prueba documental alguna.

Muchos son los que consideran la historia de Alonso Sánchez y cuantos detalles la contextualizan como mera especulación, tal vez motivada por intenciones de desprestigio hacia la figura de Colón. El historiador Cesáreo Fernández Duro recogía algunos ejemplos en su estudio La tradición de Alonso Sánchez de Huelva, descubridor de tierras incógnitas (1892):

D. Juan Pérez de Guzmán […] viendo que Gonzalo Fernández de Oviedo consignó la especie con expresión de que así corría de boca en boca, aunque él la tenía por falsa, piensa que no anduvo acertado el cronista al reproducir hablillas del mundo especulativo y de acarreo, consciente propagador y secuaz hasta de lo que se sabe que es mentira, por adular pasiones poderosas. Pues no existía documento donde el nombre del navegante se encuentre; no habiendo la menor huella de la existencia de ese piloto ú hombre de mar, ni de los detalles que se dan sobre su pretendida y forzosa arribada á un país desconocido, debió estimarse fábula de pura fantasía, patraña inventada por la imaginación del pueblo para disminuir la gloria de Colón.

Los historiadores que sucesivamente fueron copiando la leyenda, como López de Gómara, el P. José de Acosta, el inca, Garcilaso de la Vega, Bernardo de Alderete, Rodrigo Caro, á juicio del Sr. Pérez de Guzmán, añadieron intencionalmente alguna particularidad para hacerla más verosímil, alimentando comidillas de malevolencia preparadas por los émulos de Colón, grandes y chicos; novelas que no descansan en ningún testimonio, en ninguna prueba ejecutiva» (11)

Aunque no exista evidencia alguna que respalde su veracidad y haya sido descartada por la mayoría de los historiadores modernos (en la línea de Pérez de Guzmán), también son muchos los que creen o no descartan esta teoría. Fernández Duro observaba que, aunque son minoría, también hay un grupo de escritores e historiadores que encuentra «razones que abonan, como personaje real y figura histórica, al piloto, nombrándolo Alonso Sánchez y colocando al acto por él realizado fuera de toda duda; más claro, más evidente que muchas de las acciones de la vida del Almirante, que sin prueba documental se admiten» (12) y escribe, en su propia opinión, que «con las indicaciones vulgares se vislumbra ya, desde luego, que hubo más de una expedición ó aventura desgraciada, y que vascos, andaluces y portugueses intentaron la empresa que Cristobal Colón llevó á cabo» (13).

En esta línea destaca el estudio que el catedrático Juan Manzano Manzano publicó bajo el título Colón y su secreto: el predescubrimiento (1976), que para muchos ha cambiado la forma de analizar esta historia y supone un precedente para los que investiguen sobre ella. Manzano estipula que la isla donde el piloto naufragó fue Cibao, después llamada La Española, y fecha el encuentro entre Colón y el prenauta entre 1877 y 1878. Considera que, de ser cierta esta leyenda, tendría más sentido interpretar la ruta de Colón como una trayectoria directa e intencionada, a partir de la información del piloto, que la versión oficial, en la que se topó con el continente por accidente, siguiendo sólo su propia intuición y datos geográficos erróneos. Fue una travesía rápida y acertada, tanto que los siguientes conquistadores prácticamente tomaron la misma ruta en los siglos posteriores. Manzano también relaciona al piloto y su tripulación con algunos hombres y mujeres blancos que se encontraron entre los habitantes de La Española durante la primera expedición colombina, estimando que pudieran ser sus descendientes. En la teoría de Manzano los navegantes convivieron durante un tiempo indeterminado con los habitantes de la isla y fue estando ya muy enfermos cuando decidieron regresar. Propone además que la enfermedad que diezmó a la tripulación fue la sífilis, desconocida entonces, que los conquistadores trasladaron más tarde a Europa a partir de 1493. Estos aspectos de su estudio se han incorporado a la leyenda como en su día lo hicieron las aportaciones del Inca Garcilaso de la Vega, aunque en el caso de Manzano están mejor documentadas.

La historia sobre las llegadas precolombinas tiene otros antecedentes y múltiples versiones más recientes. Algunos descubrimientos demuestran que, a todos los efectos, Cristóbal Colón no fue el primero en llegar a América. Algo que resulta imposible de admitir para muchos. Que no fuese el primero no significa que su descubrimiento no fuese importante para occidente, para su era y para la Historia, algo que ya tiene una gran magnitud, al margen de posibles exploraciones anteriores que no tuvieron repercusión en el Viejo Mundo. El título de descubridor seguirá siendo suyo: él fue el primero en trazar una ruta de ida y vuelta y el primero que lo hizo saber al resto del mundo. Hasta Bartolomé de las Casas, conocido admirador y defensor de Colón, considera lógica ésta u otras posibilidades que nunca sabremos si ocurrieron, pero que son compatibles con el descubrimiento tal y como es conocido en la Historia.

En cualquier caso, la leyenda del piloto anónimo resulta interesante por surgir casi desde el principio del episodio histórico (aunque sea de la tradición oral), por la información recogida por cada cronista y por cómo la han interpretado los principales historiadores.

En Huelva, Alonso Sánchez tiene dedicadas una estatua, una calle, un parque, un instituto de Educación Secundaria y un barco de Salvamento. En el pedestal de su estatua, realizada por Antonio León Ortega en 1970, aparece escrito: «Al marino Alonso Sánchez de Huelva, predescubridor de Nuevo Mundo».

Las exploraciones precolombinas. Algunos hechos y varias hipótesis.

  • Actualmente existen evidencias de que los vikingos llegaron a América antes que Colón. La tradición nórdica narraba en las sagas irlandesas (manuscritos anónimos que comenzaron a publicarse en el Siglo XIII) el contacto con América del Norte antes del año 1000. Curiosamente, en esos relatos se dice que los vikingos, los asesinos del norte, abandonaron progresivamente sus asentamientos y descartaron las ideas de colonización al percibir que algunas poblaciones nativas reaccionaban con hostilidad ante su presencia.
  • El explorador noruego Thor Heyerdahl se propuso demostrar en 1970 que egipcios y americanos pudieron haberse comunicado por mar, realizando una expedición a bordo de la embarcación Ra II (un bote hecho de caña construido por indígenas bolivianos) desde Marruecos hasta Barbados, cruzando el Atlántico en tan sólo 57 días. Y no es el único que estima que los egipcios u otros pueblos africanos visitaron América cientos de años antes que Colón.
  • Juan Pérez de Tudela y Bueso, historiador y académico, propuso una versión alternativa de la leyenda del prenauta en su libro Mirabilis in altis. Estudio crítico sobre el origen y significado del proyecto descubridor de Cristóbal Colón (CSIC, 1982). Para Pérez de Tudela no fue un piloto anónimo quien se encontró con Colón y le proporcionó información sobre el continente, sino las amazonas amerindias que un barco europeo encontró navegando en canoas en medio del Atlántico hacia 1482 o 1483.
  • Otras teorías apuntan a China. Algunos historiadores localizan la ciudad mitológica de Fu Sang (recogida por primera vez en el Liang Shu o Libro de Liang en 635) en la costa oeste norteamericana, otros en tierras mexicanas. Gavin Menzies, escritor británico, asegura que el explorador chino Zheng He visitó el Nuevo Mundo en 1421. Una hipótesis muy controvertida y con escaso respaldo científico, calificada de pseudohistoria.
  • Una de las teorías favoritas para los amantes de las conspiraciones y la historia no oficial es en la que se afirma que los antiguos templarios iban y venían de América cargados de plata en la Edad Media. El investigador José Antonio Hurtado va más allá y propone la posibilidad de que Colón tuviese acceso a algunos documentos de los templarios, como mapas y cartas que le sirvieron de guía en su ruta.
  • Otro enigma es el mapamundi de Henricus Martellus realizado en 1489, donde el cartógrafo situó en el sudeste asiático una enorme península cuyos accidentes geográficos tienen sospechosas coincidencias con los de Sudamérica. El cartógrafo e historiador Paul Gallez identificó en esta península la red fluvial de América del Sur. En 1990 publicó en Argentina La Cola del Dragón. América del Sur en los mapas antiguos, medievales y renacentistas  (Bahía Blanca: Instituto Patagónico) que ya había sido publicado en Berlín en 1980. Gallez formaba parte de la autodenominada Escuela Argentina de Protocartógrafos, quienes sostienen que América era conocida antes del descubrimiento de Colón pero los geógrafos la representaban erróneamente unida a Asia por el norte del Pacífico.
  • En la actualidad, un grupo de científicos estadounidenses trata de descifrar con técnicas digitales un deteriorado mapa de Martellus de 1491 (una versión mas amplia y detallada del anterior) que contiene anotaciones cuyo texto apenas es legible, convencidos de que éste (o un mapa similar del mismo autor) fue la clave de Cristóbal Colón para persuadir a los Reyes Católicos y navegar por el Atlántico hacia Asia, ya que la posición y la distancia entre Cipango (Japón) y las Islas Canarias concuerdan con la trayectoria del primer viaje de Colón. Aunque no es muy conocido, es considerado el mapa que más territorio representa de su época.
Mapamundi de Henricus Martellus (1489) | Fuente

Mapamundi de Henricus Martellus (1489) | Fuente


Citas

1 Capitulaciones del Almirante don Cristobal Colón. Transcripción del documento del Archivo General de la Corona de Aragón. Disponible aquí.
2 DE LAS CASAS, Bartolomé. Historia de las indias. Edición, prólogo, notas y cronología: André Saint-Lu. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1986, vol. 1, p. 36.
3 Ibidem, p. 159.
4 COLÓN, Hernando. Historia del Almirante Don Cristobal Colón. Edición facsímil. Valladolid: Editorial Maxtor, 2010, vol. 1, pp. 67-68.
5 DE LAS CASAS, Bartolomé. Op. cit., p. 69.
FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Gonzalo. Historia general y natural de las indias (selección). Introducción, notas y actividades de Luigi Giuliani. [Madrid]: Editorial Bruño, 1991, pp. 76-77.
7 LÓPEZ DE GÓMARA, Francisco. Historia general de las indias. Barcelona: Editorial Iberia, 1954, vol. 1, p. 29.
DE LAS CASAS, Bartolomé. Historia de las indias. Edición, prólogo, notas y cronología: André Saint-Lu. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1986, vol. 1, p. 73.
9 Ibidem.
10 Ibidem, p. 74.
11 FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo. La tradición de Alonso Sánchez de Huelva, descubridor de tierras incógnitas. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. 2006. Disponible aquí.
12 Ibidem.
13 Ibidem.


Fuentes

FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo. La tradición de Alonso Sánchez de Huelva, descubridor de tierras incógnitas. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. 2006. Disponible aquí.
ORTIZ, Eleazar. Cristóbal Colón y el piloto anónimo en el siglo XXI. Divergencias. Revista de estudios lingüísticos y literarios. 2003, Vol. 1, pp. 91-96. Disponible aquí.
PÉREZ DE GUZMÁN, Juan. Precursores fabulosos de Colón, I. La Ilustración española y americana. 1892, nº 10, pp. 162-166. Disponible aquí.
PÉREZ DE GUZMÁN, Juan. Precursores fabulosos de Colón, II. Alonso Sánchez de Huelva. La Ilustración española y americana. 1892, nº 12, pp. 194-195. Disponible aquí.

Otros artículos online:

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