Categoría: Costumbres y creencias

Diego de Landa. Los vencedores escriben la historia

Fray Diego de Landa. Retrato de la galería de los obispos en la sala capitular de la catedral de Mérida, Yucatán

Fray Diego de Landa. Retrato de la galería de los obispos en la sala capitular de la catedral de Mérida, Yucatán | Fuente

Diego de Landa Calderón (Cifuentes, Guadalajara 1524-Mérida, Yucatán, 1579), franciscano, sacerdote, obispo de Yucatán, etnógrafo y cronista, fue uno de los personajes más trascendentes y polémicos de la conquista de América por los españoles. Perteneciente a una familia noble, recibió educación religiosa desde su infancia. Pisó suelo americano por primera vez en 1549 cuando, ya conquistada la región de Yucatán, fue muy solicitada la participación de misioneros en su colonización (que durante mucho tiempo fueron los únicos intelectuales en el Nuevo Mundo) para lidiar con las autoridades militares y los encomenderos que campaban a sus anchas.

Durante más de una década se dedicó a la educación y evangelización de los diferentes clanes indígenas, siguiendo una efectiva política enfocada al adoctrinamiento de los niños (establecidos en residencias próximas a los conventos), para que sirviesen como intermediarios con el resto de los suyos en la divulgación del catolicismo. Los padres, temiendo por el destino de sus pequeños, se mostraron reticentes en un principio a entregarlos a los frailes, enviando en ocasiones a niños esclavos o de baja condición social en lugar de a sus hijos. Pero con el tiempo, viendo que allí eran bien tratados y cuidados, consideraron que era mejor destino enviarlos allí y librarlos del duro trato de los colonos. Además de instruirlos en la fe católica, los niños eran educados en leyes, a fin de que su pueblo tuviese conocimiento de sus derechos respecto a las encomiendas, y con el objetivo de ocupar puestos en la administración en el futuro.

Como en otras partes del territorio americano, los encomenderos acusaban a los religiosos de hacer perder a sus esclavos un tiempo valioso para el trabajo mientras asistían a la iglesia, así como de promover la holgazanería. Tampoco les agradaba que los misioneros tuviesen potestad para regular el salario de los indios en las encomiendas. Tales enfrentamientos entre colonos y eclesiásticos llegó a precisar de la mediación de la autoridad para instar a los alcaldes designados en las ciudades a colaborar con los religiosos. Como solía pasar en suelo americano, una cosa eran las emisiones legales y otra su aplicación práctica, que muchos se resistían a cumplir. Muchos españoles renegaron de cualquier relación con los clérigos y se sublevaron en Valladolid, llegando a quemar el convento y la iglesia. Algunos fueron condenados por herejía por jueces católicos de la Inquisición, entre ellos el propio Landa. Con el paso del tiempo los papeles se invertirían, y cuando los frailes comenzaron a comportarse de forma más represora e inquisitiva, tanto con indios como con españoles, fueron los colonos y algunos eclesiásticos discordantes quienes reclamaron a las autoridades.

Diego de Landa fue ocupando diferentes cargos durante esta etapa. A su llegada a Yucatán fue ayudante del guardián de Izamal, en 1552 pasó a ocupar el puesto de guardián, en 1556 el de custodio de Yucatán y definidor de la Provincia, y en 1561 fue nombrado provincial, convirtiéndose en la mayor autoridad eclesiástica de la península (a falta de un obispo residente) además de ser desde al año anterior guardián del convento de Mérida y haber organizado la construcción de varios monasterios e iglesias. Su reputación iba en aumento y era considerado un hombre instruido, de gran inteligencia y sensatezAdemás de su labor evangelizadora, desde su llegada en 1549 los frailes franciscanos comenzaron también a estudiar la cultura autóctona. Fruto de este interés Landa comenzaría a preparar en 1553 su estudio sobre la región que finalizaría décadas más tarde.

Diego de Landa quemando ídolos. Mural de Leonardo Paz que escenifica el auto de fé de Maní.

Diego de Landa quemando ídolos. Mural de Leonardo Paz que escenifica el auto de fe de Maní | Fuente

El auto de fe de Maní de 1562

Landa y los suyos eran conscientes desde el principio de lo complejo que resultaría introducir el cristianismo en aquellos pueblos, aunque en los primeros años su labor transcurrió sin demasiados sobresaltos. El choque entre culturas terminó por explotar cuando tuvieron conocimiento pleno de las prácticas paganas que se seguían realizando y cómo muchos de los indígenas incorporaban la simbología cristiana recién adquirida a sus creencias ancestrales.

Así, la aparición del cadáver de un niño con señales de haber sido crucificado fue tomado como una corrupción de la liturgia de la cruzifixión de Cristo para adaptarla a sus sacrificios rituales. Más tarde algunos alumnos de la escuela mostraron a los frailes ídolos y huesos usados en rituales paganos. Y el descubrimiento en una cueva de altares cubiertos de sangre y un venado con el corazón arrancado prendió la mecha definitiva. En junio de 1562, respaldado por la autoridad civil, Landa decidió actuar con contundencia y lideró en nombre de la Inquisición una investigación que llenó las cárceles de idólatras. En Maní (en el idioma maya, «lugar donde todo pasó») se aplicaron todo tipo de castigos físicos y condenas y se quemaron numerosos documentos, ídolos y otros objetos sagrados de los indígenas. Diego de Landa lo justificaba así en su Relación de las cosas de Yucatán:

Hallámosles gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en que no hubiese superstición y falsedades del demonio, se los quemamos todos, lo cual sentían a maravilla y les daba pena» (1)

En la introducción que el mayista Miguel Rivera Dorado hizo para su edición de la mencionada obra, recuenta los daños:

Una famosa lista publicada por el doctor Justo Sierra en el siglo XIX sostiene que en Maní se rompieron o quemaron 5.000 ídolos de diferentes formas y dimensiones, 13 grandes piedras utilizadas como altares, 22 piedras pequeñas labradas, 27 rollos con signos y jeroglíficos, toneladas de libros y 197 vasijas de todos los tamaños» (2)

Para evitar la dolorosa penitencia y las elevadas multas, algunos indígenas se ahorcaron y muchos huyeron despavoridos, aumentando también las protestas de los encomenderos que veían reducida su mano de obra. Las consecuencias de este episodio fueron tan sonadas como la puesta en escena del mismo. Landa y el resto de implicados, incluido el alcalde mayor Diego de Quijada, comenzaron a sufrir presiones por todos los frentes. Las autoridades comenzaron a recibir una oleada de denuncias e informes negativos por parte de colonos influyentes y ciertos clérigos disconformes con los métodos expeditivos de Landa.

La persecución no fue demasiado efectiva a la hora de evitar que los indígenas practicasen sus cultos, simplemente a partir de entonces lo hicieron con mayor discreción. Sí que sirvió para fomentar los sentimientos anti-españoles y cimentar la imagen de Diego de Landa que la mayoría tiene actualmente de su figura histórica: la de un inquisidor tiránico y cruel, de comportamiento contradictorio, cuya nefasta decisión borró del mapa innumerables fuentes documentales para el estudio histórico de las culturas precolombinas. También los hay a su favor, aquellos que alegan que los procedimientos de Landa fueron exagerados por sus enemigos y no eran nada comparados con los que se aplicaba a los herejes en España, que sin mas consideración solían ir directos a la hoguera; y que no fue el único personaje responsable de la destrucción de la herencia cultural maya, pues además del episodio de 1562 se destruyeron gran cantidad de manuscritos durante varias décadas del siglo XVI en todo Yucatán.

En 1563 Diego de Landa renunció a su cargo y se vio obligado a abandonar Yucatán. Más tarde regresó a España para ser juzgado, no sin complicaciones: pasó un año enfermo en Santo Domingo y durante el viaje su embarcación estuvo a punto de ser capturada por piratas berberiscos. Tras varios años de deliberación fue absuelto en 1569 por un tribunal del Consejo de Indias, ya que a todos los efectos legales tenía la autoridad para hacer lo que hizo. Después de todo, él también contaba con el apoyo de personajes influyentes, entre ellos el rey Felipe II. El obispo Francisco de Toral, que lideró la acusación contra Landa, pidió disculpas y se retractó después del veredicto.

Relación de las cosas de Yucatán

Desde que regresó en 1564 permaneció durante casi diez años en España, periodo en el que siguió trabajando en su estudio sobre la cultura maya, su propia versión de la historia que él había destruido, una de las obras de referencia que en la actualidad tienen los antropólogos para el estudio de dicha cultura junto a los pocos códices que se conservan y las inscripciones en piedra. Aunque él mismo destruyó muchas de las fuentes documentales, antes de hacerlo las estudió con detalle y tomó notas, además de entrevistar a varios indígenas. Los mayas son considerados la más admirable de todas las civilizaciones americanas precolombinas, de una antigüedad milenaria que a la llegada de los europeos a finales del siglo XV se encontraba en plena decadencia. La obra de Diego de Landa es considerada como uno de los mejores trabajos de etnografía de las culturas autóctonas americanas por abarcar (unos más desarrollados que otros) casi todos los grandes temas de interés, entre los que se encuentran la geografía y el medio natural, la cronología y su calendario, la escritura jeroglífica, la religión, la historia, las costumbres, el arte y la arquitectura.

Aunque en su intento de descifrar los jeroglíficos cometió varios errores de interpretación (no debieron ser pocas las complicaciones y las confusiones surgidas durante el trabajo con su traductor, Nachi Cocom), sirvió de base para que investigadores posteriores se aproximasen a un mejor resultado. Especialmente importante fue el método fonético propuesto por Yuri Knorozov, que impulsó el estudio de este sistema de escritura que continúa siendo investigado. Gracias a su trabajo y al que muchos autores han hecho después, en la actualidad es posible interpretar este sistema de escritura con gran precisión. Es el único de los sistemas de escritura mesoamericanos que se ha conseguido descifrar.

Fragmento del manuscrito original de la Brevísima relación de las cosas de Yucatán

Fragmento del manuscrito original de la Brevísima relación de las cosas de Yucatán | Fuente

En abirl de 1571 fallece el obispo de Yucatán, Francisco de Toral. A finales de año Diego de Landa recibe por Real Cédula la propuesta para sucederle en el cargo. Al año siguiente es nombrado en Sevilla obispo de la archidiócesis de Yucatán y regresa al continente americano. Varios caciques y algunos de sus feligreses de la región ya habían solicitado al rey en más de una ocasión el regreso de Landa y sus antiguos compañeros. Al llegar a Mérida enfurece al comprobar que ninguno de los misioneros que ocupan el lugar que dejaron sus compañeros franciscanos tras el edicto de fe dominan la lengua maya, por lo que les ordena recibir clases sobre el idioma y la cultura local. Además traduce al maya y manda imprimir en México una catequesis cristiana.

Fue nombrado defensor de los indios por Felipe II un año antes de morir en 1579. Su famosa obra nunca fue publicada hasta que fue descubierta una copia del manuscrito en 1862 en la biblioteca de la Real Academia de la Historia en Madrid.

Citas

1 DE LANDA, Diego. Relación de las cosas de Yucatán. Edición, introducción y notas de Miguel Rivera Dorado. Madrid: Historia 16, 1992, p. 148.
2 Íbidem, p. 22-23.

Fuentes

DE LANDA, Diego. Relación de las cosas de Yucatán. Edición, introducción y notas de Miguel Rivera Dorado. Madrid: Historia 16, 1992.
ERSHOVA, Galina y KNOROZOV, Yuri. Diego de Landa como fundador del estudio de la cultura maya. Anales del Museo de América,  nº 2, 1994, pp. 21-32. Disponible aquí.

Antropofagia en América

Viñeta en un mapa de América de 1606 realizado por Jodocus Hondius (usando la proyección de Mercator) en la que se representa un grupo de "Americanos in Brasilia" practicando el canibalismo.

Viñeta en un mapa de América de 1606 realizado por Jodocus Hondius en la que se representa un grupo de «Americanos in Brasilia» practicando el canibalismo | Fuente

Según se relata en los diarios de Cristobal Colón recopilados por Bartolomé de las Casas, ya en el primer viaje al Nuevo Mundo los habitantes de las Antillas le hablaron de un grupo rival al que temían por ser muy belicosos y comerse a sus víctimas. A este pueblo los taínos los llamaban cariba. Tanto la palabra Caribe (con la que se denominó posteriormente a la región) como caníbal (que se utiliza para denominar a los animales que se alimentan de miembros de su propia especie) provienen etimológicamente de la misma fuente: un término que significa «osado, audaz» que, por una corrupción del lenguaje, para los taínos significaba «enemigo» y lo utilizaron para referirse a un grupo de habitantes de las Antillas y las costas colombiana y venezolana que estaban en plena expansión.

Colón no parecía creer del todo estos relatos e incluso confesaba la difícil comunicación con los amerindios (ni él los entendía bien ni ellos a él, por lo que habría que preguntarse si realmente le estaban narrando episodios de antropofagia) y más adelante pensó que estos hombres temibles que les atacaban no debían ser otros que los hombres del Gran Can (el emperador mongol), a los que podría encontrar una vez que pisase tierra firme, ya que a la sazón él estaba convencido de haber llegado a la costa asiática:

(…) Caniba no es otra cosa sino la gente del Gran Can, que debe ser aquí muy vecinos; y tendrá navíos y vendrán a cautivarlos, y como no vuelven creen que se los han comido» (1)

Es de suponer entonces que la palabra caníbal, que también aparece en el Diario de a bordo, no es más que una deformación que el propio Colón hace de la palabra original para que cuadre a sus intereses, o tal vez una comprensión errónea debido al desconocimiento del idioma. Por ello Colón es considerado el inventor de esta palabra, y ya que se decía que esos caníbales comían carne humana, enseguida ese término pasó a utilizarse como lo conocemos actualmente.

Es curioso cómo los dos grupos rivales que los primeros colonos encontraron en las Antillas, los caribes y los taínos, dieron lugar con el tiempo a dos concepciones fabulosas y bien diferentes del amerindio: los primeros representando al indio salvaje y brutal, devorador de carne humana, y los segundos asociados a la nobleza, la bondad natural, el «buen salvaje».

El ser humano ha practicado el canibalismo desde nuestros antepasados prehistóricos hasta la actualidad, generalmente en tres vertientes: como práctica alimentaria habitual, como parte de un ritual religioso y como última solución a una situación de hambre extrema. Encontramos ejemplos de este último caso en el holocausto ucraniano durante la Segunda Guerra Mundial o en los supervivientes del accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya en la cordillera de los Andes en 1972.

Desde el primer contacto de Colón son numerosos las crónicas o evidencias forenses que testimonian la existencia de prácticas antropfágicas en todo el continente americano, pero especialmente en América del Sur y América Central. Esto fue utilizado desde el principio para justificar la guerra justa y la colonización de aquellos territorios, como ejemplo del salvajismo de aquellos pueblos (entre otras actividades consideradas herejes y contra natura como los sacrificios humanos o el estilo de vida promiscuo) y reforzar la idea de superioridad del europeo cristiano. El debate sobre la veracidad de este hecho sigue vigente hoy en día, aunque lo que se suele cuestionar es que los indígenas practicasen el canibalismo propiamente dicho, pues como práctica ritual si se acepta mayoritariamente como algo irrefutable. Muchos autores cuestionan los textos de indias y las afirmaciones de Cristóbal Colón, Américo Vespucio, Pedro SimónJuan de Borja, entre otros, que suelen estar basadas en testimonios de terceros sobre sus enemigos (es decir, que nunca llegaron a ver de primera mano a nadie comiendo carne humana).

La mayoría de autores coinciden en que, a pesar de los testimonios de Colón y otros, los caribes no practicaban el canibalismo. El antropólogo Juan César Salas afirmaba en su estudio Los indios caribes. Estudio sobre el origen del mito de la antropofagia (1920) que la mayoría de testimonios donde se acusa a los caribes de antropófagos carecen de validez, al considerar imposible que los españoles pudiesen comprender las lenguas indígenas. También considera que los conquistadores, ya convencidos del canibalismo de los americanos, identificaban carne humana cada vez que presenciaban a un grupo comiendo cualquier tipo de carne. Asimismo, Salas apunta que los propios indígenas contribuyeron a la difusión del mito del canibalismo, para asustar a los españoles o dirigirlos hacia sus enemigos.

Escena de canibalismo en el Códice Magliabechano, folio 73r (siglo XVI)

Escena de canibalismo en el Códice Magliabecchiano, folio 73r (siglo XVI) | Fuente

Sea cierta o no la antropofagia de los caribes, investigaciones recientes (apoyadas en pruebas de ADN realizadas a restos óseos) sí que han encontrado evidencias que confirman la práctica del canibalismo por otros pueblos de América, si bien los autores de estas investigaciones concluyen que es poco probable que estas prácticas fuesen realizadas debido a hambrunas o por pueblos primitivos, ya que se trataba de civilizaciones prósperas y muy avanzadas.

En cualquier caso, durante la primera fase de la conquista se consideró caníbales no sólo a aquellas tribus que lo eran sino también a aquellas más resistentes que combatían a los conquistadores, convirtiéndose en un término despectivo que en muchos casos tenía mas de leyenda difamatoria que de verdad. Así, la acusación de canibalismo se convirtió en argumento de persecución de la misma forma que se utilizó para perseguir a los primeros cristianos durante el Imperio Romano.

Amerindios practicando la antropogagia en una ilustración incluida en el mapa de América (Terra Nova) de la edición de Miguel Servet de la Geographia de Ptolomeo (1541). El atlas se conserva en la Biblioteca del Museo de Valladolid

Amerindios practicando la antropofagia en una ilustración del mapa de América (Terra Nova) de la edición de Miguel Servet de la Geographia de Ptolomeo (1541). El atlas se conserva en la Biblioteca del Museo de Valladolid | Fuente

Caníbales americanos

Son muchos los casos documentados de grupos señalados como antropófagos a lo largo de todo el continente americano. Se dice que en México se celebraban sacrificios humanos para honrar a Huitzilopochtli, el dios de la guerra, seguidos de banquetes donde se comían a sus víctimas. También se le hacían ofrendas a otros dioses, como Quetzalcóatl, dios del viento o Tezcatlipoca Telpochtli, dios del día o del sol.

En su Crónica de la Nueva EspañaFrancisco Cervantes de Salazar recoge la experiencia de Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero, que fueron capturados tras un naufragio por la tribu maya de los cocomes en la península de Yucatán. Cuenta que cuatro de sus compañeros, incluido el capitán, fueron sacrificados, ofrecidos a sus ídolos y posteriormente devorados. Una de las pocas referencias a la cultura maya en lo que a canibalismo se refiere.

En las narraciones de cronistas como Francisco López de Gómara o Bernardo Díaz del Castillo de la conquista de Tenochtitlan liderada por Hernán Cortés también se describen episodios de esta naturaleza, siendo en muchos casos las víctimas los españoles. Totonacas, tlaxcaltecas y cholultecas, entre otros, se incluyen entre las tribus responsables de ello. Incluso se dice que Cortés hablaba e intentaba convencer a estos pueblos de abandonar las prácticas de sacrificios humanos y canibalismo después de ganar las batallas.

Un caso concreto a destacar es el de La Gaitana, una cacica colombiana que en el siglo XVI actuó de forma contundente para vengar la muerte de su hijo (fue quemado vivo por orden de Pedro de Añasco y ella lo presenció), según recoge Pedro Simón en sus Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias occidentales:

(…) Dejando correr con la furia que quisieron los extremos de su enojo y venganza esta vieja, lo primero en que los ejecutó fué, como á otro Mario romano, en sacarle los ojos, para con esto acrecentarle los deseos de la muerte. Horadóle luego ella por su mano por debajo de la lengua y metiéndole por allí una soga y dándole un grueso nudo, lo llevaba tirando de ella, de pueblo en pueblo y de mercado en mercado, haciendo grandes fiestas con el miserable preso, desde el muchacho hasta el más anciano, celebrando todos la victoria, hasta que habiéndosele hinchado el rostro con monstruosidad y desencajadas las quijadas con la fuerza de los tirones, viendo que se iba acercando á la muerte, le comenzaron á cortar, con intervalos de tiempo, las manos y brazos, pies y piernas por sus coyunturas y las partes pudendas; todo lo cual sufría el esforzado Capitán con paciencia cristiana, ofreciendo á Dios su muerte, hasta que le llegó entre medias de tan intolerables angustias, que bien se puede contar con las miserables que hemos dicho de los mayores conquistadores de estas Indias. Muerto este Capitán, hicieron con él lo que con los demás sus compañeros y caballos, que fue cortarles las cabezas y de ellas hacer vasos para beber; desollarles y llenar de ceniza los pellejos de hombres y caballos y colgarles por trofeos á las puertas de Pioanza  y de otros principales, y juntarse, cocida yá la carne, á hacer una gran fiesta y borrachera, celebrando la victoria con bailes y cantos de hombres y mujeres, en que la contaban y como había sido, con todas las particularidades que les parecían mas dignas de memoria» (2)

Célebre es el caso del alemán Hans Staden, narrado por él mismo en la autobiográfica Verdadera historia y descripción de un país de salvajes desnudos (1557), obra que tuvo un gran éxito editorial y consolidó en el Viejo Mundo el estereotipo de las tribus caníbales americanas. En 1553 Staden se empleaba como artillero en un fuerte portugués en Bertioga, Brasil. Cuando un día salió a buscar a un esclavo que había ido a cazar, Staden fue apresado por indios de la tribu tupinambá, quienes lo tomaron por portugués. Fue testigo de varios banquetes caníbales y temía siempre que en el siguiente le tocaría a él.  Tras ganarse la amistad de un jefe local y convencer a los miembros de la tribu de que era francés (entre otras artimañas, como fingir ser curandero o profeta) consiguió aplazar su ejecución. Finalmente fue rescatado por un barco francés tras nueve meses de cautiverio. En su obra (que es en realidad un trabajo de antropología) relata con todo lujo de detalles su experiencia, la geografía del lugar y las costumbres y creencias de los tupinambá. Describe sus festines caníbales como rituales para castigar a sus enemigos:

(…) Esto es considerado por ellos como un gran honor. El que debe matar al prisionero vuelve a coger el palo y dice: «Sí, aquí estoy, quiero matarte, porque los tuyos también mataron a muchos de mis amigos y los devoraron». El otro responde: «cuando esté muerto, aún tengo muchos amigos que seguro me han de vengar». Entonces le descarga un golpe en la nuca, los sesos saltan e inmediatamente las mujeres cogen el cuerpo, lo arrastran hacia el fuego, lo raspan hasta que quede bien blanco y le meten un palito por detrás, para que nada se le escape.

Una vez que ya está desollado, un hombre le coge y le corta las piernas por encima de las rodillas, y también los brazos. Vienen entonces las mujeres, cogen los cuatro pedazos y echan a correr alrededor de las cabañas, haciendo un gran escándalo.

Después le abren los costados, separan el espaldar de la parte delantera y lo reparten; pero las mujeres guardan los intestinos, los hierven, y del caldo hacen una sopa que se llama Mingau, que se beben ellas y los niños.

Se comen los intestinos y también la carne de la cabeza; los sesos, la lengua y todo lo demás son para las criaturas. Cuando todo está acabado, cada uno vuelve a su casa y lleva su parte consigo. El que ha matado gana otro nombre, y el rey de las cabañas le marca el brazo con el diente de un animal feroz. Cuando cura, se le ve la marca, y esto es la honra que tiene.

Después, ese mismo día, tiene que quedarse acostado en su red; le dan un pequeño arco con una flecha para pasar el tiempo disparando a un blanco de cera. Esto se hace para que los brazos no se le queden temblores del susto de haber matado.

Esto así yo lo vi y presencié» (3)

Uno de los grabados originales de la primera edición alemana de la Verdadera historia, donde aparecen los tupinambá en pleno banquete. Staden es el hombre con barba a la derecha bajo las siglas "H+S"

Uno de los grabados originales de la primera edición alemana de la Verdadera historia, en el que aparecen los tupinambá en pleno banquete. Staden es el hombre con barba a la derecha bajo las siglas «H+S» | Fuente

En América del Norte, aunque menos numerosos, también existen los pueblos indígenas considerados caníbales. David Scheimann, en un texto para la Universidad de Ohio, señala entre ellos a los hurones, neutrales, algonquinos y especialmente a los iroqueses, a los que considera la tribu norteamericana más sanguinaria del siglo XVII.

Caníbales europeos

También existen casos documentados de conquistadores antropófagos en América en casos de supervivencia extrema, al no estar adaptados al medio y, en ocasiones, encontrarse perdidos y sin recursos en tierra hostil. Según Juan César Salas, sucedió en más ocasiones de las que uno se esperaría:

(…) las muertes, robos y salteamientos de esclavos en Paria, Maracapana y Carúpano, como en la costa de Chichirivichi, habían convencido a los indios de que en vez de ojaguas -hijos del Sol-, debían considerar a los rostros pálidos como ochíes -tigres carniceros-, como lo eran realmente quienes de tal manera se conducían. No es esto mera fantasía literaria, pues realmente creían que los españoles comían gente y en realidad la comieron los de Turey… en todas las expediciones donde no hubo sementeras y labranzas indígenas que destrozar ni tallos de bihao (heliconia) con que acallar el hambre, como pude verse en la relación de las entradas de Pánfilo Narváez, según relación de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, en las de Spira, Tolosa, Alfinger y otras; como lo consignan Oviedo y Valdés, Castellanos, Simón y demás cronistas de la Conquista, y la declaración juramentada que se tomó al soldado Francisco Martín, el único superviviente de la expedición de Bascona, que con sesenta mil pesos de oro, se perdió en las selvas del Zulia que rodean el lago de Maracaibo…» (4)

Aunque todos los ejemplos aportados por Salas en la cita anterior son españoles, no fueron los únicos. En verano de 2012 se hallaron evidencias arqueológicas que apuntan la posibilidad de que en Jamestown, el primer asentamiento británico en EEUU, los primeros colonos recurrieron al canibalismo al padecer una larga hambruna. Desde su llegada en en 1607 hasta 1610, los británicos sobrevivieron a duras penas; las provisiones les llegaban con retraso y cada vez venían más colonos al lugar para reemplazar a los que iban muriendo. Además, sus expediciones para cazar y recolectar alimentos terminaban con frecuencia masacradas a manos de los nativos. Su situación empeoró aún más tras una temporada de malas cosechas y para 1610 sólo habían sobrevivido 65 de unos 500 colonos que había establecidos. Los conquistadores se alimentaron con animales (caballos, perros, gatos o serpientes) y con las pieles que vestían antes de sucumbir a la antropofagia y devorar a los que habían muerto. Las conclusiones presentadas por investigadores del Museo Nacional de Historia Natural del Instituto Smithsonian de Washington indican que los restos analizados pertenecen a una chica de 14 años que fue desmembrada y cuyo cráneo presenta cortes realizados post mortem para extraer el cerebro. Para los responsables de esta investigación, este hallazgo viene a confirmar algo que ya sospechaban.

Citas

1 COLÓN, Cristóbal. Diario de a bordo. Edición de Luis Arranz. Madrid: Edaf, 2006, p. 166.
2 SIMÓN, Pedro. Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias occidentales. Bogotá: Casa Editorial de Medarno Rivas, 1892, vol. 4, p. 143. Disponible aquí.
3 STADEN, Hans. Verdadera historia y descripción de un país de salvajes desnudos. Barcelona: Argos Vergara, 1983, pp. 216-219.
4 SALAS, Juan César. Los indios caribes. Estudio sobre el origen del mito de la antropofagia. Madrid: Editorial América, 1920, pp. 66-67.

Fuentes

CHICANGANA-BAYONA, Yobenj Aucardo. El nacimiento del Caníbal: un debate conceptual. Historia Crítica. 2008, nº 36, pp. 150-153. Disponible aquí.
FRANCO, Francisco. El ‘otro’ como caníbal. Un acercamiento a los indios Caribes. Estudio sobre el origen del mito de la antropofagia de Julio César Salas. Fermentum. Revista Venezolana de Sociología y Antropología. 2008, nº 51, pp. 36-59. Disponible aquí.
GONZÁLEZ RUIZ, Felipe. La antropofagia en los indios del Continente americano. Revista de las Españas. 1932, nº 75-76, pp. 545-548. Disponible aquí.
REDING BLASE, Sofía. Cristóbal Colón y el Caribe: oro y desnudez. En-claves de pensamiento. 2012, nº 11, pp. 27-44. Disponible aquí.